Recién fue Karel a hablar con ellos, a ver cómo era el asunto de los 50.000 extra. Hablando un poco de todo, desembucharon y confesaron que los 50.000 no eran dentro de las tarifas sino que sus sueldos son tan miserables que no alcanzan para nada y que tienen que rebuscarse entraditas adicionales cómo y dónde pueden.
En este mismo orden de cosas, tenemos la muy fuerte impresión de que los dignos recaudadores también tienen acomodos con los camioneros - que son los principales si no casi únicos usuarios de las carreteras - para no cobrarles toda la tarifa vigente y repartirse la diferencia.
Estamos viajando hacia el pueblo de Samaipata, nuestra próxima meta.
Camino nominalmente asfaltado, pero con un fuerte caso de viruela.
Llueve, hay niebla, así que no sabemos muy bien por dónde vamos, salvo que, por las sinuosidades del camino, estamos en terreno serrano. Quizás veremos mejor el paisaje al regreso, porque habrá que volver por aquí. Esperamos que dentro de unas horas y 200 kilómetros, el tiempo habrá cambiado para poder ver lo que vamos a ver: otro sitio arqueológico; y, según ciertas teorías, misterioso.
Estamos mayormente bajando. Salimos del banco de vapor que, ipso facto, de niebla se volvió nube. Vemos donde estamos: en terreno muy montañoso, escarpado, con, de vez en cuando, las laderas adornadas de un collar de cascadas en sucesión; a pesar de lo muy accidentado de la topografía, la mayoría del terreno está trabajada y verdeante.
Dejó de llover. Hay nubes por debajo y por encima de nosotros, conformando, con el muy pintoresco paisaje, un cuadro agradable.
No sin altibajos, estamos siguiendo viaje - y no nos referimos a los altibajos del terreno.
Por ejemplo, cuando terminó el asfalto, primero, no nos había llamado la atención porque, antes de salir de La Paz, habíamos ido a las oficinas del Servicio Nacional de Caminos para averiguar, y nos habían dicho que el camino a Samaipata es, en partes, asfaltado, y en partes, ex-asfaltado, o sea nuevamente de tierra. Pero esta tierra se prolongaba demasiado, y era bastante fea. En un trecho, casi nos quedamos colgados en profundísimas huellas y pudimos salir sólo con esfuerzo, con la doble transmisión, y raspando fuertemente los diferenciales. Así que preguntamos a un camionero dónde empieza otra vez el asfalto. No empieza otra vez el asfalto, nos dijo. Nos quedamos sorprendidos de tan poca seriedad por parte del alto funcionario del Servicio de Caminos, si bien ya tendríamos que habernos acostumbrado a informaciones de pura fantasía. Eso fue un bajo en los altibajos.