español english français česky

Desde ayer, el indicador de nafta está bajando a un ritmo alarmante; no puede ser que tengamos una pérdida, no. Debe de ser el octanaje de sólo 65 de la nafta boliviana; una manera solapada de vender nafta a un precio más alto que el nominal; además, limita ello nuestro radio de alcance sin reaprovisinamiento;
tendremos que cuidarnos.

Parece que estamos yendo otra vez a Chavín: ya van varios casos que vimos de la industria del sombrero invertido en manos de niños.

¡Ahá! Otra vez el asfalto. Deben de haber sido 50 millas y no 50 kilómetros; o fue 50 kilómetros a vuelo de pájaro, y no de camino de tierra. Qué asfalto de lujo, ahora, con una línea amarilla y una línea blanca en el centro, y todos los lujos.

A 85 kilómetros de Cochabamba, estamos teniendo una sensación desconocida. La sensación de estar de vacaciones: una carretera de asfalto excelente, bastante sinuosa en la mejor tradición de las zonas turísticas - si bien turistas no hay a cien leguas - con pintorescas vistas y una exuberancia de los mismos colores minerales inenarrables que ya tanto admiramos en otras partes de los Andes. En Vespuccia, una carretera así la tendrían destacada en los mapas como "scenic route".

Sin embargo, como para agregarle un poco de sal al asunto, hay, de vez en cuando, zonas de derrumbes; y como para agregarle un poco de pimienta, hay también, según rezan carteles de advertencia, sectores de fallas geológicas con trabajos de geología en ejecución.

Justamente llegamos a la tercera de éstas, y estamos parados un rato.

Por una larga bajada de unos 2.000 metros desde la altitud máxima donde estuvimos esta mañana - pasando por un aumento de vegetación desde la paja dura del páramo a las palmeras imperiales debajo de las cuales estamos estacionados ahora, y pasando por una disminución de las capas de indumentaria sobre nuestras espaldas - estamos en la ciudad de Cochabamba.

Directamente a la Universidad, a ver su colección de objetos arqueológicos.

Nada extraordinario.  Una habitual colección de Universidad.

Sin embargo, aquí, referente a los pergaminos con jeroglifos aimaraes, de los cuales tienen varios ejemplares, aclaran debidamente que no son jeroglifos originales de los Aimaraes, sino signos inventados por los misionarios colonizadores para imponer la fe cristiana a los Aimaraes. Lo que parece muy razonable, especialmente mirando el tipo de signos que son; pero lo que deja todavía sin resolver la cuestión de los aducidos jeroglifos aimaraes tallados en la fuente de piedra que vimos en el museo Murillo.



Algunos jeroglifos