mañana tempranito, máxime que, hace un rato, se desató una tormenta bastante fuerte. Por lo que estamos viendo, parece que no hay desagües en estas calles, y como todas son más o menos empinadas, se transforman en corrientes de agua, tanto más voluminosas y fuertes cuanto más cuesta abajo. No es de extrañarse que, en su tiempo, Tupajr Amarú II trató de destruir La Paz construyendo una represa y largando las aguas, de repente, sobre la ciudad.
A subir, pues, de esta hondonada hacia el aeropuerto en la llanura del altiplano.
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Esta mañana, amaneció muy nublado, tapado de horizonte a horizonte, como nunca vimos en las tres semanas en Copacabana. Pensamos, por lo tanto, que, en vez de viajar como planeado, sería mejor aprovechar el día visitando algunos museos en La Paz. Inclusive, tuvimos alguna información que, de día, no hay problema en dejar un coche estacionado solo en las calles céntricas.
Lamentablemente, acabamos de descubrir que éste es otro país que veda la cultura al pueblo. Hoy, domingo, todos los museos, cerrados, salvo uno, generosamente abierto dos largas horas. Nos preguntamos si es falta de eficiencia o exceso de altruismo hacer correr los encargados de un museo, ida al museo, de vuelta a la casa, para dos miserables horas de atención al público.
Pues, aun con lluvia, hacia Laja y Tiahuanaco.
¡Ayayay! Está bien; estamos en Laja, y viendo un loquerío en debida forma; pero recorrer estos treinta kilómetros por las afueras de La Paz fue una aventura peor que del fin del mundo, porque cuando viajamos en lugares super-apartados, como tantas veces lo hicimos, tomamos una actitud de alerta, para detectar y evitar lo desconocido que cada paso puede encerrar, o para enfrentar una dificultad ya precavidos, prevenidos y preparados - mientras que aquí, en un camino a la salida misma de la gloriosa ciudad de La Paz, Bolivia, Sud América, como lo especifica y proclama pomposamente cada día por lo menos una radiodifusora, en este camino tan polizado que hasta hay que dar razón a dónde se va, y pagar un peaje, cómo se puede esperar semejantes - estamos buscando la palabra - sí, barbaridades, porque sólo en un país bárbaro pueden ocurrir.
Primer caso.
Estábamos avanzando por un empedrado tan desigual como si hubiese sido movido por un terremoto, entre charcos chicos y grandes, pero con la seguridad de que, dentro de todo, estábamos transitando el camino troncal de La Paz a la frontera con el Perú. De repente, ¡zas! Desapareció el suelo debajo de nuestro >>>>>>>>