noche. Literalmente así, porque, del anochecer al amanecer, se bajan las barreras a las dos salidas del pueblo, se les pone candado, y nadie puede salir o entrar.
Es una dictadura, impuesta sobre los ciudadanos por la propia alcaldía, por su potentísimo altoparlante audible a varios kilómetres a la redonda por el cual la alcaldía propala una mezcla de anuncios administrativos y de música. ¿Dónde está la libertad individual de poder escuchar un programa de radio - claro que de éstos no hay muchos - sin la tiranía acústica de la alcaldía; de poder leer un libro - claro, por aquí muchos libros no se lee - sin la tiranía acústica de la alcaldía; de poder tocar un poco en casa un instrumento musical, sin la tiranía acústica de la alcaldía; de poder curar una enfermedad en la tranquilidad que requiere un enfermo, sin la tiranía de la alcaldía?
Terrible, muy terrible. Y sin embargo, debe de ser cierto aquello de que la gente generalmente recibe el trato que se merece, si no, la población de Copacabana se levantaría en armas contra semejante atropello. ¿Que es la única manera de agilizar los comunicados administrativos, según se nos explicó? ¿Y cómo se hace pues en las ciudades grandes? Terrible.
»* En el renglón de las exploraciones radiofónicas, estamos, básicamente, hundidos en el habitual desierto, salvo que, aquí, se presentan, de vez en cuando, curiosos espejismos. Una vez, captamos una estación de música clásica, no sabemos de dónde, pero cuando quisimos sintonizarla otra vez, nunca más. Otra vez, sintonizamos una estación ¿de dónde? de Colombia, pero, en otro momento, nunca más. Otra vez, incluso una estación de cierto interés, de La Paz; pero, en otro momento, nunca más. Una vez, captamos la radio bahá'í que visitamos del otro lado de la frontera, pero, en otro momento, no hay manera de encontrarla. De radio chilena - la que, una vez, sintonizamos mucho más al norte - aquí, ni la sombra. Bien extraño. Lo que sí hay, siempre supremamente claro, siempre en los mismos puntos del dial, son avalanchas de palabras de Dios en brasileiro y, más sorprendentemente, en alemán. La radio bahá'í hace lo propio, pero, felizmente, no entendemos aimará o quechua, para no tener que escuchar siempre lo mismo.
»* Mirar las mujeres con ojos liberados del precondicionamiento hipnótico de que son exóticas, es ver que no son exóticas.
•/ Empezando por el sombrero hemisférico que, quizás, se podría llamar un bombín; éste, con toda seguridad, no es un invento indígena, y probablemente ni siquiera es de manufactura local, sino más bien un invento y una importación directa de Europa.
•/ Siguiendo con la mantilla y la falda obligatorias, y haciendo caso omiso de la cara aimará y del obligatorio bulto en la espalda, uno no puede no ver una belleza española de siglos idos.
Las mujeres por aquí parecen todavía más liberadas que sus hermanas peruanas del otro lado de la frontera. Aquí, más que en el Perú, vimos mujeres sentarse de cuclillas, prácticamente en cualquier lugar, en un baldío, en la playa, >>>>>>>>