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Entre otras cosas, llevando cuentas y haciendo estadísticas, como cada vez que salimos de un país. Hicimos la cuenta de cuánto gastamos en el Perú y la comparamos con el presupuesto; hicimos la cuenta de cuántos kilómetros recorrimos y la comparamos con el kilometraje proyectado, etc. Recorrimos un poco más kilómetros de lo proyectado y gastamos bastante menos de lo proyectado.

Estuvimos interrumpidos en nuestro relato por un conjunto que empezó a tocar en la glorieta de la plaza. Pero parece que los Bolivianos o, por lo menos los Copacabanenses, son un pueblo a la vez musical y agresivo. Mientras tocaba la banda en la glorieta, emergió en la plaza otra banda, acompañada de una muchedumbre de gentes bailando, y, un poco como las trompetas de Jericó, ocupó toda la plaza de manera que los pobres músicos de la glorieta tuvieron que bajar sus instrumentos en sumisión y desaparecer. Todo terminó fumando y bebiendo.

Uno se pregunta de dónde surgió la fama de la península y del santuario de Copacabana, y cómo este Copacabana llegó a dar su nombre al mucho más famoso ahora Copacabana de Rio de Janeiro, hasta que uno se entera de que lo de hoy en día es tan sólo la atrofia cristianizada de la feria y fiesta religiosa anual que era la más grande del continente desde tiempos inmemoriales.

Vamos a pernoctar como anoche, y mañana, será hacia La Paz.

Tuvimos unos indicios de que, en Bolivia, nadie, ni siquiera los Bolivianos, puede moverse de un sitio a otro sin hacer conocer sus intenciones a la policía y sin obtener primero de la policía una hoja de ruta, con punto de salida y punto de destino, y propósito del viaje.

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Hoy es lunes, pero no el lunes que se podría pensar; no el día subsiguiente al sábado de la procesión, no el cuarto día de nuestra estadía en Bolivia, sino el undécimo día de nuestra estadía en este Alto Perú. No estuvimos en La Paz, no estamos en La Paz; todavía estamos en Copacabana.

Resulta que, antes de salir para La Paz, sentimos que no sería mal pasarnos un día a orilla del lago Titicaca, trabajando, y hasta dando una vuelta por el lago en nuestro kayak plegadizo-inflable.

Así hicimos. Y así descubrimos, a sólo dos kilómetros del pueblo, a lo largo de la bahía, un lugar ideal, con una inmejorable vista de la bahía, y del lago abierto más allá; con la sombra y la fuerte fragancia de un bosque de eucaliptos; con una tranquilidad perfecta - porque la trocha termina en nada justamente en la íntima combinación de las olas y de los eucaliptos.