demás conjuntos serán mejores, porque, en éste, las doce antaras estaban naufragando en el trueno implacable del tambor.
No, hoy no estaremos en Bolivia. Decidimos a último momento sacrificarnos; vamos a regresar a Puno a comprobar con nuestros propios ojos la trampa turística de los Uros - siempre que podamos, se entiende, dejar nuestro vehículo bajo el cuidado de la prefectura de policía de Puno.
Está anocheciendo. Estamos de vuelta en Chucuíto para otra noche; y la banda ya está ensayando nuevamente para su concurso.
Pero qué día fue éste.
Para empezar, en el peaje de la carretera que hay entre Chucuíto y Puno, nos quisieron cobrar tarifa doble de la establecida; y se negaron a darnos el vuelto del billete mayor que les habíamos dado en pago - porque, dijeron, gringos pagan más. Recién cuando empezamos a decirles sus cuatro verdades de manera nada gringa y sí muy criolla, nos dieron nuestro vuelto.
Casos parecidos ya tuvimos antes, ni nos acordamos si mencionamos algunos. Pero, aunque sea para recuerdo, aquí va uno.
Con la inflación que hay en el Perú, es común que recibos impresos con cierto precio tengan un sello de goma habilitándolos para un importe mayor, estando entendido que se paga el importe mayor. En un caso, con un recibo de importe impreso de 4.000 soles e importe habilitado de 6.000 soles, nos quisieron cobrar no los 6.000 sino la combinación de ambos importes, o sea 10.000 soles; otro enfrentamiento, otro caso de decirles sus cuatro verdades para que, finalmente, desistieran de su tentativa de enriquecer sus bolsillos particulares por medio de este fraude.
Volviendo al día de hoy, sí, la prefectura nos permitió muy amablemente dejar nuestro vehículo bajo su vigilancia.
Fuimos al muelle, nos encontramos una lancha, pactamos el precio, lo pagamos, y fuimos, en 50 largos minutos de viaje, a la trampa de los Uros - y trampa es, peor de lo que podíamos haber imaginado.
Sí, caminamos en un extraño piso esponjoso de una espesa capa de totora, fresca por encima, podrida por debajo, con la inquietante sensación de un coeficiente de hundimiento en cada pisada variable y desconocido; y sí, vimos algunas chozas construidas con la misma totora.
¿Isla flotante?
Pero vimos lo anterior rotundamente negado por grandes construcciones de chapa ondulada como para hacer bien evidente que el exotismo de los Uros es cosa del pasado en la vida práctica, y mantenido como ilusión para los turistas.