ciertamente sin conexión alguna, física o estilística, con los muros de retención, y que no sabríamos definir con un rótulo global, que podemos solamente describir.
En un gran peñasco rocoso sobresaliendo de la pendiente, hay secciones de escaleras talladas muy geométricamente en la roca; también hay partes de la roca talladas angularmente en superficies perpendiculares unas a las otras, no se sabe muy bien con qué propósito, dicho de otra manera, con propósito totalmente ni siquiera teorizable.
Lo curioso es que todos estos tallados de esmerada geometría acaso arquitectural en el peñasco no son vestigios en el sentido común de la palabra. En una ruina común, por más desintegrada que esté, uno se puede imaginar, por lo menos a grandes rasgos, lo que falta. No así, aquí. Aquí, para empezar, lo tallado no está desgastado por la intemperie. Todas las aristas son tan nítidas, todos los escalones tan bien formados, todos los fragmentos de superficies tan bien pulidos, como si fueran de factura reciente; o sea que no son vestigios de algo, sino segmentos de algo.
La escalera, bien formada en lo que hay, sin embargo no viene de ninguna parte y no va a ninguna otra. Si uno diera otro paso más del último escalón, se caería al vacío, y la superficie de la roca en ese lugar no muestra haber sido partida por algún fenómeno después de tallada la escalera, más bien muestra ser tan vieja y tan natural como todas las demás superficies del peñasco no talladas. Las superficies lisas talladas en ángulos sugieren un rincón de algo - como dos zócalos de paredes y un fragmento de piso de algún recinto - pero de algún recinto del cual faltaría el 99,9/oo restante, sin que este restante hubiese podido existir jamás, ya que no hay roca encima de lo geometrizado, y no puede haber habido roca porque semejante roca monolítica no se puede haber desmoronado como se desmoronan paredes de piedras o adobe. Entonces, ¿por qué todas estas superficies angulares, a la vez de esmerada factura y embriónicas? Bien misterioso, todo esto.
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Estamos de vuelta en la Muy Noble y Grande Ciudad del Cusco, Cabeza de los Reinos del Perú - por lo menos nominalmente; porque, mentalmente, el Cusco sigue siendo para nosotros la legendaria capital del Tahuantinsuyo, el centro político, religioso, militar y administrativo del imperio incaico.
Pasamos el día con tareas varias; y con una visita al sitio arqueológico cuyo nombre vimos escrito, con variada fantasía, Kkenco, o Quenco, o Kkenko, y otras versiones, y que aquí, en este momento, se escribe Q'enqo, siendo todas estas grafías, inclusive la última, inadecuadas para sugerir la manera verdadera de pronunciar el topónimo, manera, que se aproxima más que nada a >>>>>>>>