Nos preguntamos más enfáticamente que en circunstancias pasadas, por qué las mujeres paraborígenes se apegan a ciertas costumbres de indumentaria, mientras que los hombres casi siempre se sumergen en la corriente del universalismo de hoy.
Aquí, copetín al paso; en Vespuccia sería "indecent exposure"
En cuanto a la misa, tal como se nos había advertido, nadie sabía a ciencia cierta cuándo empezaría. Varias veces, a intervalos desiguales, sonó la campana del campanario para, según rumores que escuchamos, despertar al Padre. Finalmente, sonó una pequeña campana de mano en el portal de entrada de la iglesia, y la gente que esperaba en la plazoleta, como quien espera un tren con llegada incierta, supo que la misa iba a empezar.
Por lo que vimos, el cura, y también el policía en el mercado, estaban bien. La misa fue en quechua con injertos de castellano; un castellano que nos pareció tener un acento portugués en la boca de este padre suizo. Hubo un lindo acompañamiento de música, con armonio y canto, todo ello tan delicadamente amplificado que uno no se daba cuenta, salvo por la presencia de los micrófonos. Bendito sea el cura o su asesor técnico de acústica.
La iglesia misma vale un vistazo inquisitivo: es una mezcla de abundancia de elementos heterogéneos y de decaimiento.
Después de misa, en la plazoleta de la iglesia, mientras en la plaza grande seguía el mercado, vimos el ritual de consagración de un nuevo alcalde indígena, por parte de los otros alcaldes indígenas de la zona aceptando al nuevo potentado en la cofradía.
Es curiosamente obvia la incongruencia entre, las caras, las indumentarias, el estilo general de las personas que uno nunca asociaría con otra cosa que con un trabajo de peón, y la solemnidad y ritualización de comportamiento en esta oportunidad. A ninguno de los cofrades le faltaba su bastón de mando, con aplicaciones de plata, por favor - como se nos hizo notar - y al impetrante no le faltaba su toca multicolor y su corona de flores frescas.
Finalmente, el pueblo de Chinchero de hoy está edificado sobre una zona agraria incaica. Por lo tanto, los muros longitudinales de algunas de sus calles, sobre los cuales están construidas las casas de adobe de hoy, son muros de retención de los andenes o graderíos de cultivo de los agrónomos incaicos.
En un sector fuera del pueblo, o sea no cubierto por el pueblo, pudimos ver, por primera vez, estas grandes andenerías por las cuales la planificación incaica transformaba las empinadas pendientes en sucesiones de plataformas horizontales. Lo curioso es que las piedras de dichos muros de retención, sin llegar a la perfección ceremonial de los templos, son, sin embargo, talladas y ensambladas de la manera incaica pulcra y no sólo tosca, lo que parece un lujo incomprensible para dispositivos de agricultura.
Pero, incomprensibles por completo son, en el mismo lugar, otras entidades líticas - para llamarlas de alguna manera - quién sabe si incaicas o no, pero >>>>>>>>