Otra pregunta que se puede repetir innumerables veces es ¿por qué tanta gente anda tan sucia? - ¿o quizás, solamente parece sucia? Tal vez sea, que su indumentaria obviamente no está tiranizada por los últimos imperativos de la moda, cada tres o seis meses, que esta indumentaria la llevan años tras años, y no hay tela que, a la larga, aunque lavada, no parezca decaída y sucia, aun cuando limpia. Tal vez sea esto.
Estamos desayunando fuera del pueblo, cerca de dos chozas de adobe abandonadas. Se ve a menudo vestigios de esperanzas así terminadas en nada, vestigios de chozas, ya sea de adobe o de piedras, y de corrales, todo abandonado. Cuando uno se imagina el ingente trabajo que fue juntar y mover a mano y a pulmón tantas piedras o tanto adobe, y la esperanza de un futuro mejor - que seguramente fue la fuerza motriz detrás de tanto trabajo - es bastante triste.
Saliendo del pueblo, vimos gente apretándose, parada, en la caja trasera de un camión, como embutido. Nuestra primera reacción fue ¡qué barbaridad! Nuestra segunda reacción fue ¿por qué, barbaridad? si lo tienen mejor que en muchos distinguidos transportes públicos, tanto de superficie como entubados, de muchas refinadas ciudades cosmopolitas: en el camión, el hacinamiento no es mayor, y por lo menos no tienen que respirar el sudor o la cosmética barata de sus vecinos y no tienen que preocuparse de rateros.
Ahora, el Sol nos está diciendo lo que nos decía la Luna, con su luz circular a pesar de la delgada capa de cobertura nebulosa.
Nos íbamos a olvidar que anoche, dándoles una rápida recorrida a las ondas radiofónicas, sintonizamos una estación boliviana en amplitud modulada, y una estación argentina en ondas cortas, ambas, con noticias.
Y ahora, hacia el Cuzco, donde hoy seguramente no llegaremos.
Recién, vimos otro núcleo campesino abandonado. Nos preguntamos: ¿por qué se fue la gente; dónde estará ahora? Pues, debe de sufrir con los innumerables infelices que viven en las villas miserias alrededor de Lima, donde creían que encontrarían una vida mejor, pero donde, en vez de ser pobres y dueños de sí mismo, en este ambiente sano, son pobres y esclavos, en el trapiche quebrantador de salud y alma que vimos.
Hoy, la altitud, la topografía y la cobertura vegetal son idénticas a las de ayer. Sin embargo, no más llamas; en su vez, ovejas, vacas, caballos, papas, habas.
Tiene interés histórico rememorar que la papa es un producto y una palabra nativos de estos Andes. A la llegada de los invasores españoles, los paraborígenes cultivaban muchas especies diferentes. Y las razas de papas son tan estables que su domesticación debe de haber empezado por lo menos 5.000 años a.C.