Además, estas laderas policromas y multiformes cayendo abruptamente en el océano tienen un interés intelectual adicional.
Estamos viajando, en realidad, paralelamente a la costa y a los Andes, a lo largo de los vestigios de una anterior cordillera que estaba en su madurez cuando la cordillera de los Andes de hoy todavía no existía. Esta cordillera pretérita, ahora en vía de extinción, se manifiesta, en estas latitudes donde estamos, por estas rugosidades de la costa, por las cuales estamos serpenteando hoy - pero rugosidades que se extienden, en realidad, por segmentos, ya desde la península de Paracas para estos lados y todavía más al sur; y se manifiesta, ya más al norte de Paracas, por las cadenas de islas a lo largo de la costa hacia Chimbote, y más al norte.
En otras palabras, no sabíamos, en la península de Paracas, que estábamos en el punto divisorio desde donde la arcaica cordillera de los para-Andes, hacia el norte, ya está invadida por el océano y sobrevive solamente como islas, y hacia el sur, todavía no está completamente invadida por el océano y sobrevive como topografía costera revuelta.
El desierto-con-costa de ayer y el desierto-con-costa de hoy son de gran interés, cada uno a su manera. A pesar de la dificultad de manejar en estas curvas cerradas, y con la posibilidad muchas veces presente de desbarrancarse, la cotización de nuestro Boleto de Lotería parece estar en aumento.
Estamos en el pueblo - quizás habría que decir la ciudad, para ser educados - de Camaná, en el medio de su extenso oasis; lo único diferente y notable en esta aglomeración es el estilo de ciertas de sus casas, que se parecen a una cáscara de huevo un poco angular, porque el revoque exterior se extiende sin solución de continuidad por las paredes y el techo de dos aguas, sin el más mínimo alero; lo cual, de por sí, ilustra, mejor que todo lo que podamos decir, la extrema y total aridez de este desierto peruano.
Una de las casas
Por una planicie a 1.300 metros de altitud extendiéndose en total desolación desértica hacia el mismito horizonte, estamos viajando hacia Arequipa, a una velocidad oscilando entre 90 y 110 kilómetros por hora, vale decir por una carretera de sorprendentemente buena calidad, y recta hasta el infinito.
Qué lindo sería ver estas inmensidades ondeando con maíz, arroz, alfalfa u otros cultivos.
Ah, pero he aquí, como en un cuento de hadas, el deseo hecho realidad; todo el desierto a ambos lados de la carretera se transformó como por una varilla mágica en un mundo de ensueño verde lleno de cultivos y de tropillas de vacunos. Tres mil hectáreas, según reza un cartel, y todo ello gracias a otro acueducto transandino; éste es la varilla mágica.
Desapareció la visión; otra vez, el implacable desierto.