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una imaginación creativa de alto quilataje; y con sus dos comunicaciones con el mundo externo, una, por el pico, la otra, por una pluma de la cola.

>  El mono, que es uno de los dibujos infaltablemente mencionados por los panegiristas, se merece más que una mención como arquetipo de diversión pública de efecto garantizado. El mono muestra dos cosas: que sus creadores, por una parte, no padecían de complejos, y por otra parte, eran artistas de verdad.

No padecían de complejos porque el mono tiene las comunicaciones de su laberinto con el mundo externo por el - si nos podemos permitir expresarlo igualmente sin complejos - por el culo.

Eran artistas de verdad porque más les importaba la estética que la realidad anatómica.  La cola del mono, en vez de enrollarse para abajo según la naturaleza manda, donde no tendría lugar para alcanzar la exuberancia que la agracia ahora con su sello artístico, se enrolla hacia arriba. Las manos suman nueve dedos y no diez. Y si uno se imagina un décimo dedo, quizás el equilibrio estético es mejor tal como está.

    

         
Y si a alguien le cupiere una duda en cuanto a la personalidad artística de los hacedores de los geoglifos, basta fijarse en esta interpretación de un pájaro.

>  Hablando de cola de mono en espiral, podría ser que la cola, a más de su función estética, tenga otro significado. Hay, entre los geoglifos, dos otras espirales pero sin monos anexos.

>  Hablando de monos, los monos de carne y hueso, existencial inspiración de este mono, se encontraban, durante todo lo largo de cualesquiera épocas del pasado cuando estos geoglifos habrán sido ejecutados, donde se encuentran sus descendientes hoy - a un mínimo de 300 kilómetros hacia el este, en la cuenca amazónica.  Lo que indica el alcance mínimo de contactos de entonces.