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  varias oportunidades, como hemos mencionado - desprovistos del más mínimo >>espíritu crítico;
4)análisis de laboratorios parcialmente a favor;
5)muchas opiniones en contra;
6)la posibilidad, como suele pasar, de que algo aparentemente increíble sea >>cierto;
7)y la posibilidad, como suele pasar, de que alguien alucinado se haya creado >>un mundo de fantasía y quiera que los demás también crean en él.

Por colmo, existen piedras que se acepta que son copias de las piedras que se dice auténticas. El Dr. Cabrera mismo nos enseñó una piedra falsa, para compararla con la supuestamente auténtica.

Nosotros, no entendemos cómo las incisiones, supuestamente tan viejas, se hayan quedado tan nítidas aun considerando que estaban protegidas en la tierra de una cueva; no entendemos cómo una cabeza que llegó hasta médico pueda una y otra vez emitir razonamientos tan descabellados; no entendemos por qué una civilización tan adelantada no hubiese encontrado una mejor manera de anotar sus conocimientos que por medio de incisiones pictográficas en una piedra.

Entenderíamos que el buen médico sea un alucinado; pero sería difícil creer que sus muchos hijos adultos que trabajan con él, padecerían de la misma aberración; y también es difícil aceptar la posibilidad de una confabulación entre ellos. Quizás sería tema para una novela de misterio; hasta el desenlace final que dé con la verdad.

Por lo pronto, para nosotros, fue todo ello mejor que una novela, porque durante varias horas fuimos parte de los acontecimientos; y pensar que, cuando estábamos en el Candelabro, no sabíamos que éste, a más de apuntar a los geoglifos de Nasca y a las ruinas de Tiahuanaco, también apunta, como nos lo hizo notar el médico, a este lío de misterios - que él, naturalmente no llamó lío de misterios.

Y por lo pronto, apenas salgamos de Ica, nuestro primer rumbo será hacia el caserío de Ocucaje, a ver qué descubrimos allá.

Varios kilómetros ya después de Ica, siguen los grandes campos verdes a ambos lados de la carretera. Sin embargo, en la lejanía, hileras de cerros super-resecos asediados por lenguas de arena tratando de trepar por los valles sinclinales de menor resistencia, hacen recordar que todo es solamente un milagro, un muy finito milagro del riego.

Efectivamente, a 33 kilómetros de Ica, de repente se impuso otra vez el implacable desierto.

Y aquí mismo no más, una huella lleva por el desierto a un oasis, el caserío de Ocucaje.