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Estas perlas, y varias otras, firmadas por un distinguido arqueólogo quien no se enojará si protegemos su identidad - pero tenemos el folleto para cuando nosotros mismos no lo queramos creer.

Otra vez viajando hacia el sur.

La autopista es una autopista de verdad, ancha, bien pavimentada, con buena señalización, una alfombra mágica.

El ambiente es una mezcla de lenguas de niebla y de rayos de sol.

Después de 47 días en Lima, tenemos más la impresión de estar de vacaciones que en una Expedición.

Se va repitiendo lo de antes: todo es desierto, tanto de llanura como de sierras, con ocasionales manchones de cultivos cuando el riego lo permite. También hay, otra vez, muchos criaderos aviarios abandonados. Ojo: únicamente parásitos pueden ser aví"colas".

De vez en cuando, la autopista bordea el mar, y es cuando se ve sin duda de donde proviene la niebla: directamente del mar, del cual emana el vapor como de una olla hirviendo a fuego lento. Para repetirlo otra vez, es realmente una cruel incongruencia esta íntima co-existencia de tanto desierto y tanta niebla lamiéndolo.

¡Ay! Pero se terminó el ensueño.  Se terminó la autopista.

Vamos a pernoctar frente a la estación de policía del pueblo de Cañete.

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Esta mañana, contra todas expectativas, tuvimos otro desayuno-con-música-clásica; muy sorprendentemente, hasta aquí, a unos 150 kilómetros de Lima, podemos captar la radiodifusora limeña. Jamás se lograría semejante alcance en un país de alta saturación, mejor dicho de contaminación, radiofónica, como Vespuccia.

Y ahora, hacia nuestra próxima meta, la península de Paracas.

A poco de echar a andar, hemos alcanzado la marca de 100.000 kilómetros recorridos en esta Expedición, aquí, en el desierto peruano.

Acercándonos a la ciudad de Pisco, el desierto parece ser un poco menos intransigente; incluso, tuvimos la sorpresa de unas vaquitas, y recién vimos un buen rebaño de cabras. Se nos hizo obvio lo evidente, que el Perú es muy inapto para ganadería, carne, leche, cueros.