- Y ¿cómo sacaban la mercadería de tanta profundidad por un cuello tan >>estrecho?
- Pues, la bajaban y subían en canastos con una soga.
Nos pareció, y así dijimos a nuestros arqueólogos, que ello debía de ser un tremendo desperdicio del espacio interno, y que, además, gente que fue capaz de construir semejantes muros de adobe, seguramente podría haber construido sus graneros y depósitos para un uso más práctico y funcional. A dichas observaciones, nuestros gentiles interlocutores no tuvieron respuesta. Pero nos aseguraron que, en el fondo de los pozos estudiados, se encontró maní, maíz, algodón, y ciertas hojas que todavía no se identificó.
- ¿Y la posibilidad de entierros?
- Sí, en algunos pozos se encontró entierros, pero no fue éste el uso original >>de los pozos, sino un uso dado por ocupaciones posteriores a los pozos que >>ya existían.
Noción que, naturalmente, la teoría esotérica podría agarrar y esgrimir como argumento de que los restos de mercancías también pueden mostrar solamente un uso posterior, y no necesariamente el uso original, de dichas cámaras panzudas endoterráneas.
También pudimos observar que las panzas de las ánforas inmuebles bajo nivel no tienen una concavidad lisa pareja, sino que están formadas de varios niveles, una corrugación que no se explica muy bien para el propósito de almacenar mercancías.
Así que, la explicación de la arqueología trata de ser razonable, pero no es del todo convincente.
Finalmente, según los arqueólogos, se detectó ocupación de este sitio en tres etapas entre 200 y 1400 d.C., siendo curioso que los incas, que se expandieron por todos los lados en su imperialismo, nunca vinieron a Cajamarquilla, o por lo menos nunca se encontró vestigios de tal presencia.
Lo que, a su vez, hace todavía más notable la presencia, en las ruinas, de vanos de puertas, y de algunos nichos en las paredes, de forma trapezoidal, de muchos siglos antes de los incas, mientras que la legenda popular quiere que dicha forma arquitectural sea un sello exclusivo de lo incaico.
Después de Cajamarquilla, logramos descubrir el observatorio de Jicamarca totalmente invisible en el medio del desierto. El que no sabe que hay un observatorio en ese valle llano y pelado, nunca se daría cuenta; nada de cúpulas, nada de pantallas parabólicas, cortando el horizonte; todo, al ras de tierra. Si no hubiésemos sabido que buscábamos un radar perfectamente chato y horizontal, casi a nivel de tierra, nunca lo hubiésemos descubierto. Pero, por ser domingo, no había nadie; veremos a nuestro regreso de la carretera asfaltada más alta de la Tierra.