carretera asfaltada más alta de la Tierra. Pero no llegamos muy lejos.
Primero, hubo el asunto de lograr salir de Lima; sin salida funcional, sin carteles jamás, por un recorrido retorciéndose por calles de tercera categoría, con pavimento roto, con agua stagnante, y, peor que nada, por unos barrios de arrabales - que existen en toda ciudad sin que signifiquen otra cosa que pobreza, pero que, en este caso, se pueden ilustrar con los dos ejemplos siguientes.
Mientras estábamos avanzando lentamente por el laberinto tal como ya descrito y, por colmo, atestado de tráfico, alguien gritó desde el otro lado de la calle "tío, tío", y cuando el chofer de la Expedición dio vuelta instintivamente la cabeza, le gritó "el reloj, se lo van a arrancar" mostrándole su reloj en la muñeca cerca de la ventanilla. Era como para tener miedo de detener la marcha para pedir direcciones. Pero había que pedir direcciones. Varias veces.
En un caso, y es la segunda ilustración, el hombre, antes de contestar la pregunta, miró las varias cosas que tenemos sobre el asiento delantero, entre nosotros dos, y nos dijo "se lo van a robar". Realmente como para sentirse aterrorizado; y mejor no pensar en la posibilidad de un desperfecto mecánico o de una goma pinchada inmovilizándonos sin remedio y sin defensa en semejante medio.
Luego, hubo el asunto de encontrar el camino hacia nuestra primera meta, el sitio arqueológico de Cajamarquilla, a tan sólo 15 kilómetros fuera del conglomerado limeño. Hay que repetirlo otra vez: es absolutamente increíble, maravillante y sideral la ignorancia de la gente en cuanto a dónde ella misma se encuentra; y cuando cree saber dónde está, su incapacidad abismal de dar una información inteligible que lleve a algún lado. Tratar de encontrar su camino en tales circunstancias es literalmente como tratar de enhebrar un hilo en el ojo de una aguja con los ojos cerrados y de noche. Absoluta y pura casualidad, si se logra.
En un caso, le pedimos a un hombre en un camino recto si era el camino correcto. Nos dijo "de frente"; pero, a los 20 metros, nos encontramos con que el camino bifurcaba en dos ramales exactamente iguales entre sí. ¿Dónde era de frente? ¿A la izquierda o a la derecha? Finalmente, llegamos a nuestro destino.
Cajamarquilla es una zona de ruinas de unos seis kilómetros cuadrados en el medio del desierto. Sólo quedan restos bajos de muros de adobe - no hay restos grandes u ornamentales, como en Chan Chan, para impresionar en tamaño o en belleza. Pero, Cajamarquilla ciertamente su interés tiene, y es diferente de cualquier otro sitio que vimos hasta ahora.
Sus construcciones, o por lo menos los restos de adobe de sus construcciones, muestran una ocupación, en extraña combinación de gran extensión y de tupida >>>>>>>>