extraordinariamente diferentes de cualquier cosa vista en Bogotá. Se nos hizo evidente, eventualmente, que, en contraste con la intimidad artística en Bogotá, aquí, en Lima, el punto clave es pomposidad, grandeza, esplendor, del tipo necesario para grandes ceremonias públicas.
Esta ostentación se manifiesta no sólo en la manera de utilizar el oro, sino también en el destino y tamaño de las piezas.
En cuanto a la manera de utilizar, destacar, el oro, en contraste con los paraborígenes del territorio colombiano quienes se dedicaron al uso óptimo del oro, y del oro solamente, los paraborígenes del territorio peruano se lanzaron a la aventura de combinar el oro de muchas maneras con toda clase de otros materiales.
Vimos muchas combinaciones de oro con uno o varios de los siguientes materiales: plata, cobre, conchas de diversos colores y cortadas de diversas maneras, cuarzo rosado, cuarzo ahumado, madera, turquesas, cristal de roca, amatistas, lapislázuli, esmeraldas, nácar, perlas, crisocolas, topacios, jades, obsidiana, cerámica, huesos, textiles, plumas. Las esmeraldas, pulidas en forma esférica y no talladas angularmente, como vimos en el taller de tallado en Muzo; y las perlas, a veces, de tamaño sorprendentemente voluminoso, si bien de formas irregulares, y de color gris.
En cuanto al esplendor ceremonial de los objetos, vimos coronas, pectorales, vasos, cántaros, mantas y ponchos de tela y oro, collares, un poncho de plumas de papagayos con incrustaciones de oro, cascos de plumas con oro, cascos de secciones tubulares de oro, cornetas de cobre revestidas de oro, cetros, flechas, lanzas de 2,50 metros - de oro, hay que especificar por la duda, cerámicas con oro, ya sea como incrustación o como colgantes, uñas artificiales para enchufar en los diez dedos, y otros.
Así que estos dos museos, de Lima y de Bogotá, no compiten; ofrecen dos conceptos totalmente diferentes del trabajo y del destino del oro; en conjunto, ilustran la solidez y la variedad de la actividad artística prehispánica. Lo ideal sería un museo que contenga ambos aspectos. Es cuestión de gusto.
Nosotros, si bien estamos muy impresionados por lo de Lima, nos quedamos con lo de Bogotá. Si tuviéramos que elegir algunos objetos para convivir con ellos diariamente en nuestra casa, elegiríamos ciertamente objetos de Bogotá. Lo de Lima es para admirar y recordar, pero se podría volver aburrido. Lo de Bogotá es para disfrutar una y otra vez, cada vez que se lo mira, día tras día, mes tras mes.
Lo curioso es que todo este derroche de esplendor de Lima viene no de la imperial cultura incaica sino, mayormente, de las culturas mochica y chimú, también, en cierto grado, de las culturas vicus y nasca. Este no es un museo de oro prehispánico, sino de oro preincaico. Entre los miles de piezas expuestas, tantas de ellas espléndidas, pasa totalmente desapercibido un >>>>>>>>