\LM/ Durante nuestras andanzas, pasamos por la Plaza San Martín.
→ La única mención que se merece dicha plaza es que, en dos lados opuestos, está bordeada de sendos edificios idénticos, extendiéndose con cierta monumentalidad sobre todo el costado que cada uno ocupa; pero, bajo la unidad arquitectónica, debe de esconderse una multiplicidad de propietarios, si no, no se explica que una tajada vertical de uno de los edificios está pintada de otro color que todo lo demás, destruyendo ipso facto lo que podía haber dado unidad y categoría a la plaza.
→ Y la única mención que se merece la estatua ecuestre del Libertador - de este Libertador San Martín, sería mejor decir para no olvidar a Bolívar - es que, obviamente, el lugar destinado a la leyenda no alcanzó para dicha leyenda, y ésta fue metida, como a presión, cómo y dónde se pudo.
En esta misma plaza, tuvimos la suerte de escuchar y de ver - ambas percepciones estas, igualmente importantes - un grupo de música folklórica, con sus quenas, bombos, antaras, charangos, sonajas, y con su entusiasmo de gente joven, no alguna reliquia en vía de extinción del pasado; y, milagro de milagros, sin amplificación de sonidos sintéticos.
Nos sorprendimos de algo que no tenía por qué habernos sorprendido, si hubiésemos usado la cabeza. Fue que las antaras no son solamente el pequeño instrumento que se ve habitualmente, sino que vienen en muy varios tamaños, con sus timbres correspondientes de pícolo, soprano, tenor, barítono y bajo, como cualquier otra clase de instrumentos. Nos sorprendió más nuestra ignorancia que el hecho propio. Vimos que estas flautas de Pan se tocan comúnmente por par; a veces, un mismo músico tiene una yunta de antaras y toca ambas como si fueran dos teclados en un órgano o un clave; a veces, son dos músicos, cada cual con su instrumento, intercalando los sonidos de ambos.
Una rareza, el haber escuchado, aunque haya sido sólo un rato, esta música en el Perú. En contraste, en Ecuador, podíamos escuchar música folklórica sistemáticamente cada mañana; si bien prudentemente muy de madrugada, para que no la pudiera escuchar todo público; y si bien, por colmo, gracias a ... la radiodifusora manejada por una congregación religiosa gringa.
Con la oficina oficial de turismo cerquita, aprovechamos para ir a ver qué ofrecía; sin ilusión alguna, pero nunca se sabe. Recibimos un folleto en inglés de dos años de antigüedad, y otro, en alemán; una manera eficiente de dar información actualizada a gente que nunca manifestó hablar inglés o alemán.
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