Luego, son las hojas del huso de la puya que se van marchitando, empezando por las de adentro, que se ponen amarillas y caen sobre las hojas exteriores, más bajas, formando una corona clara muy característica que se ve desde lejos en las laderas como un último adiós a la vida.
Durante nuestra caminata subiendo una ladera a 4.200 metros de altitud para ver de más cerca unos lindos ejemplares de estos gigantes, tropezamos con una planta diametralmente contraria a las puyas, un cacto protegiéndose a tal punto de la inclemencia de las alturas que su cuerpo se queda chato al ras de tierra - un poco como aquellos árboles enanos, sin tronco, sus ramas prostradas en el suelo, que vimos en el Alto Artico - y sin embargo, estos cactos, luciendo una sorprendente florcita de magnífica frescura y vivo color, también muy parecida a las florcitas vivarachas que vimos en el Alto Artico. Fue una bienvenida atracción inesperada de nuestra visita a las puyas raimundi.
Y ahora, de vuelta al asfalto de la costa.
Nos va a tocar otra titánica bajada, para llegar a Chasquitambo. Como ya conocemos esta ruta por haberla subido hacia el Callejón de Huaylas, decidimos divertirnos un poco llevando la cuenta de las curvas; Božka preparó en una página una columna, para las curvas de 180 grados, o sea cuando la ruta regresa paralelamente a sí misma pero a un nivel más bajo, y otra columna, para las curvas de entre por lo menos 90 grados y los 180 grados, para anotar con un palito en la columna respectiva cada vez lo que corresponda; las curvas de menos de 90 grados, nos parece que sería aburrido llevar la cuenta exacta.
Estamos estacionados para la noche a 50 metros del puesto de la guardia civil en el villorrio de Chasquitambo.
Fue otra vez una bajada memorable; es cierto que ver frente a sí y desde arriba el abismo andino en el cual se va bajando y todo el inmenso vacío más allá es mucho más impresionante que tener la nariz, curva a curva, contra la pared que se está subiendo, aun cuando esto también llega a ser impresionante.
En la práctica, Božka tuvo que agregar una tercera columna, para las curvas de más de 180 grados, o sea tan cerradas que la carretera volvía a tocarse a sí misma, o sea tocar la vertical de sí misma en un nivel más bajo.
Resultado. Mediante 40 curvas de 180 grados, 43 curvas de entre 90 y 180 grados, 4 curvas de más de 180 grados y - si se calcula 7 u 8 curvas de menos de 90 grados por cada una de todas las anteriores - entre 600 y 700 curvas de estas ordinarias - bajamos desde 4.100 metros a 800 metros, o sea 3.300 metros, sobre una distancia de 72 kilómetros en una hora y media.
La cosa, a más de tener su grandiosidad propia, al mismo tiempo ayuda a concebir la macro-grandiosidad de los Andes peruanos, cuando se concibe la >>>>>>>>