ahora, por pernoctar, y donde, con todo lo anterior, nos pusimos por fin al día - al día con las anotaciones, no, ni de lejos, con las transcripciones de las cintas.
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Esta mañana, adelante hacia nuestra próxima meta, a unos 40 kilómetros de aquí, un lugar donde crece un extraño tipo de cacto, exclusivo de solamente un par de lugares de los altos Andes peruanos de esta zona, las llamadas puyas, o, si se quiere lucir lenguaje científico, puyas raimundi.
Avanzando por un páramo desolado y despoblado a 4.150 metros de altitud. Vamos a ver si ubicamos algunas de estas piezas de museo vivientes.
De vez en cuando, hay grandes rebaños de ovejas, pero a veces no se ve el rebaño hasta prácticamente tropezar con él, camufladas que están las ovejas en la paja dura del páramo; a veces, también se ve vacas buscándose su sustento.
Hablando de animales, lo que vimos hasta ahora del sur de América resulta ser totalmente desprovisto de animales nativos a la manera de los osos, de los bisontes, de los antílopes, de los castores, de las perdices de las nieves, y quizás de otros que ni nos acordamos, que vimos en el norte de América. Aquí, quizás podría haber llamas o alpacas o vicuñas o el famoso cóndor, pero nada, nada.
Estamos entre las famosas puyas. Desde lejos, nos hicieron pensar en los cirios que vimos en Baja California, pero, de cerca, son algo totalmente diferente y más interesante.
Se trata de un tipo de pita, de altura mayor que un hombre y de forma ahusada, con hojas más numerosas y más delgadas que las de una pita, cada hoja, provista, en sus dos filos, de una hilera de espinas curvadas a 90 grados como garras de una ave de rapiña.
Cinco años tiene que crecer una planta así antes de florecer por primera vez; florece en la época de lluvias, en febrero, y es también la última vez que florece; su primera floración es también su sentencia de muerte; quizás por ello su única flor de toda la vida es tan fenomenal: de la punta del huso formado por los centenares de hojas puntiagudas de la puya, crece verticalmente un tallo ... del grosor de un buen árbol y de hasta 10 metros de altura, un tallo color verde, salpicado de florcitas amarillas; esta multiflor, esta inflorescencia, tiene una vida de un mes; da una cantidad aproximada de 6 millones de semillas; cuando se marchita, queda parada, en estado deshidratado, como un tronco de árbol perfectamente fusiforme seco, durante, por lo que vimos, hasta 9 meses y más, hasta cuando, finalmente, cae.
La puya, su flor ... y Karel