\*/ Recorrer Chavín por fuera presenta un gran interés, pero recorrer Chavín por dentro presenta un misterio insondable.
El interior del edificio principal es un increíble laberinto de corredores; algunos, cómodamente altos, pero algunos tan bajos que hay que agacharse, y agacharse mucho, para recorrerlos; algunos, de un ancho suficiente para dar paso cómodo, pero otros de verdad angostos; algunos, comunicándose entre sí a nivel, pero otros a desnivel, con escalones tan altos e inconfortables como hemos visto que parece ser la costumbre en toda América precolonense, y con un espacio para la cabeza tan escaso que hay que doblarse casi en dos mientras se baja o sube los escalones.
Un laberinto con recintos interiores que no se puede llamar cuartos, ni siquiera celdas, pero que se asegura que no fueron tumbas de los Chavines.
Un laberinto de sabias y sorprendentes canalizaciones de aire tanto verticales como horizontales.
Y todo ello, construido con gruesos muros de piedras, cubierto de vigas que se puede llamar sin exagerar megalíticas. Y todo ello, en la más profunda obscuridad. Uno se pregunta para qué servía este mundo interno, extraño e inquietante - inquietante es la palabra - a los Chavines; uno se pregunta, y no hay respuesta.
Y, por colmo, este mundo interior, condenado a la obscuridad para siempre, estaba, en su estado original, todo revocado y pintado; según se pudo comprobar, de rojo, amarillo y verde. Se puede decir que, mientras lo construían, lo que estaba en construcción estaba todavía a la luz del día, pero, una vez construida la estructura, ¿cómo pudieron revocar y cómo pudieron pintar este increíble laberinto angular en la obscuridad con, se supone, tan sólo la luz de alguna antorcha? Es increíble.
En uno de estos corredores y sus anexos vedados que visitamos, vimos un paso, un vano, en forma levemente trapezoidal, de dos jambas y un dintel. Esta forma puede ser, después de todo, sólo una sana medida para dar más fuerza a la construcción, pero la coincidencia de ella y, por otra parte, de la prolijidad que observamos en el pulido y en el ensamblado de las piedras de revestimiento, tanto en la plaza central como en el exterior del edificio principal, hace germinar la cautelosa pregunta de si no estamos en presencia de precursores de lo que hizo famosa la arquitectura incaica, muchos siglos más tarde.
Un foco de estas galerías es particularmente notable: en el cruce de cuatro galerías, tres sin salida y una que sirve de acceso, en un espacio que apenas le da cabida, se encuentra una interesantísima escultura de bulto, de forma prismática irregular, de 4,53 metros de altura, con los habituales, mejor dicho inevitables, atributos de felinos, serpientes y cóndores. Esta estructura es muy interesante por su aspecto estético mismo, pero el misterio está en por qué tan bella obra fue escondida para siempre en la obscuridad e >>>>>>>>