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Apenas salimos del oasis de Trujillo, nos enfrentamos con un desierto más implacable e impresionante que cualquier pedazo de desierto que vimos hasta ahora. Un fuerte viento está barriendo la arena por encima de la carretera. Nos es imposible no rememorarnos la parte de esta Expedición por las nieves barridas del Artico.

Las sierras a nuestra izquierda se encuentran más cerca que antes. La arena, empujada por el viento persistente, trepa alto sobre las laderas ya que no tiene otra parte adónde ir. Es notable lo que logra el viento soplando siempre y siempre, con bastante fuerza, y en la misma dirección.

Ya varias veces vimos una presencia totalmente incongrua en semejante desierto: varias granjas avícolas industriales, cada una con seis u ocho galpones grandes; pero muchas parecen abandonadas.

Pensándolo mejor, la presencia de criaderos de aves por aquí es menos absurda de lo que parece a primera vista. Probablemente no hay tierra más barata que ésta para comprar. El alimento balanceado que se da, hoy en día, a las aves encarceladas es el mismito en un desierto o en una zona fértil. Lo único fuera de lugar parece el agua; sin embargo, los lugareños de las huacas del Arco Iris y de la Luna nos comentaron que tienen agua a 15 metros de profundidad; a lo mejor, aquí es lo mismo. Pero, ¿por qué tantos criaderos fueron construidos en debida forma y luego abandonados?

¿Cómo puede ser que, a lo largo de este mismo desierto, se desarrollaron varias culturas y lograron florecer a tal punto que hoy, siglos y milenios más tarde, todavía son estudiadas y admiradas? ¿Qué tenían aquellos hombres y aquellas mujeres que los de hoy no tienen, o qué circunstancias les favorecían que hoy no existen?

El asfalto sigue del tipo con hipo, que ya nos hizo sufrir más de la cuenta en el Perú. Una velocidad arriba de 60 kilómetros es imposible, y mejor 50 kilómetros. Aun a velocidad así reducida, nos sentimos vívidamente como en la lancha de carrera sobre el río Atrato, salvo que la lancha no tenía elásticos ni otras cosas en peligro de romperse.

Una breve mancha de cultivos. El oasis de Virú. Aquí, no hablan de oasis sino de valles, porque, en efecto, cada oasis está alimentado no por agua subterránea sino por un río o una derivación de río.

Virú es también el nombre dado a una de las tantas micro-sociedades oasíscolas de antes del imperio incaico, antes del imperio chimú, antes de la cultura >>>>>>>>