Empezó a llover nuevamente. Y siguió lloviendo, y lloviendo, y lloviendo. En partes, sí había piedras; piedras que evitaban las resbaladas pero que, a su vez, a veces, cedían traicioneramente debajo del pie; y había las piedras que parecían firmes y pisables pero que, apenas pisadas, resultaban una implacable trampa de jabón resbaladizo. Y había los lugares donde simplemente no había piedras, donde había lodo, y lodo solamente, lodo donde, a veces, se pisaba, con el pie en el zapato pero se levantaba el pie sin el zapato que se había quedado atrapado en la greda, lodo donde, a pesar del mayor cuidado, simplemente nos caíamos; y nos caímos muchas veces; Karel, llevando las cámaras fotográficas y los lentes, con la preocupación de que no se mojaran por la lluvia y de que él no les cayera encima.
Obviamente, no se podía pensar en vencer la bajada en las dos horas y media - que, de todos modos, creemos, es un tiempo irrazonable aun con condiciones climáticas favorables.
\_ Con más y más certeza, empezó a dibujarse el espectro de la obscuridad encerrándonos antes de que hayamos podido alcanzar el pueblo. Pero, ¿qué se podía hacer?; no se podía detener el Sol en su marcha.
\_ Poco a poco, disminuyó la visibilidad; llegó un momento cuando dejamos de ver donde pisábamos; sólo se veía la franja de la senda por ser un poco más clara que lo demás; y nos sentíamos agradecidos que subsistiera este sendero que - si no fuera de mal gusto en el Perú - llamaríamos luminoso.
\_ Eventualmente, hasta dicha franja se redujo a sólo un lívido delineamiento. Eran las 18:30; y nuestras piernas, nuestros pies, no daban más, casi se rehusaban a funcionar.
\_ A las 18:45, éramos, en lo práctico, ciegos borrachos - ciegos, porque ya no se veía absolutamente nada, borrachos, porque no podíamos controlar nuestros músculos; ciegos borrachos, no sabiendo, qué material íbamos a pisar en la obscuridad (¿sería piedra grande, piedra chica, lodo jabonoso, lodo pegadizo?), y a qué ángulo (¿iría a ceder el terreno hacia la derecha, la izquierda, adelante?). Lo único cierto era que, si bien ya ni lo podíamos ver en la obscuridad, había un precipicio, ora a nuestra derecha ora a nuestra izquierda, según las vueltas de la senda, si es que senda se podía llamar.
\_ A las 19, hubo que parar; cada paso adicional hubiese sido un irresponsable paso hacia un hueso roto, o peor; estábamos ya, evidentemente, a corta distancia del pueblo, pero hubo que parar; nuestro guía decía que faltaba tres minutos, pero por lo que habíamos aprendido del guía, cuando decía tres minutos podía ser cualquier cosa; por ejemplo, cuando, en la mañana, fue a buscar los caballos, nos dijo que se encontraban a cuatro kilómetros del pueblo y que, si lo pudiéramos llevar en coche, se podría llegar a los caballos en veinte minutos - pero, a los diez minutos de andar, anunció que faltaba media hora; cuando, diez minutos más tarde, Karel le dijo que había cumplido sus veinte minutos y que ahora se volvía, el guía dijo que, entonces, él tendría que caminar más de una hora; y éste es solamente un ejemplo de muchas faltas de concepto de tiempo y de distancias.