Ah pero, a las 10:45 - con dos horas y cuarto de atraso, pues - todavía no nos fue dado visitar las ruinas; primero, los documentos, siempre los documentos; allí arriba, en el medio de la soledad, donde nadie que no fuera un honrado enloquecido de arqueología tendría la idea o el aguante de subir, tuvimos que pasar por lo de siempre: pasaporte, de dónde vienen, a dónde van, por qué están aquí, etc., etc.; linda manera de dar la bienvenida a una persona que hace el honor al Perú de visitar semejante lugar. Por otra parte, después del agotamiento de las tres horas de desarticulación equina y de 3/4 de hora de subida pedestre imprevista, un poco de descanso se imponía.
Esa subida pedestre final, es fácil - o quizás no tan fácil - imaginársela: 45 minutos, por irregularidades en la pendiente, a manera de accidentados peldaños naturales siempre variables, en altura, anchura, profundidad, separación, inclinación, consistencia, rugosidad, y con el Sol dando duro y parejo.
En vez de empezar la visita a las 8:30, la empezamos a las 11:45. Se prolongó hasta las 13:30. En vez de estar a las 13:30 de vuelta abajo en el pueblo, a cubierto de la lluvia de cada tarde, recién salíamos de las ruinas. Y ... llovía; ya había empezado a llover durante el recorrido de las ruinas; llovía tal como estaba escrito en el programa climatológico diario local; llovía tan fuertemente que era impensable empezar la bajada.
Felizmente, había el refugio donde nos habían analizado los pasaportes, y descorticado nuestras actividades pasadas y venideras - ahora que la palabra refugio no significa lo mismo en todas las altitudes: cuando, abajo en el pueblo, nos habían hablado de un refugio donde incluso se podía pasar la noche, nos habíamos imaginado una cosa; en la realidad de este refugio, nos encontramos con cuatro paredes desnudas, sin mesa, sin silla, con dos bancos de madera, sin comida, sin bebida, sin baño, pero sí con una gotera por donde pasaba la lluvia que caía en una carretilla metálica colocada allí para poder ir sacando el agua más fácilmente.
Después de una hora de espera, amainó la lluvia y se pudo considerar la bajada; ah pero sí, no a caballo - imposible; con lo que había llovido, apenas si las bestias podrían sostenerse a sí mismas - y no habría que llamarlas bestias; se merecen todo el respeto debido a seres que dan lo máximo de sí, y un poco más, para llevar a buen cabo lo que se espera de ellos. De todos modos, por la experiencia de la subida, nos parecía que podíamos tener más confianza en nuestros dos pies que en los cuatro de los animales; además, si nos caíamos de nuestra altura era mucho menos que caernos de la altura de los caballos. También, por la opinión de nuestro guía y de los guardianes de las ruinas, la senda que habíamos seguido para subir seguramente se había vuelto peligrosísima por la lluvia, por lo que era mejor bajar por otra senda - de gradiente todavía más empinada pero con más piedras para disminuir los resbalones. Así que empezamos la bajada a las 14:40.
Y luego vino la odisea.