transmitir algo tan simple como el estado de un camino. Pero no se nos ocurrió anticiparlo, y lamentablemente nada anotamos.
Como ejemplo inicial, recibimos varias informaciones - todas enunciadas con la suprema autoridad de quien sabe - desde que el asfalto terminaba ahí no más, hasta que seguía, con un ademán de la mano de autoridad que no se discute, a la ciudad de Chachapoyas misma, o sea a un paso de nuestro destino, el pueblo de Tingo.
Pero, en el terreno, nos encontramos con una realidad, primero desasosegante, pronto angustiante, que nadie nos había mencionado. A saber que, después de unos pocos kilómetros más de pavimento, y de carretera lista para pavimentar, había que tomar un desvío; un desvío en el cual, según vimos pronto - pero cuando ya era demasiado tarde - nadie, salvo por ignorancia o desesperación, se metería de voluntad propia.
La "ruta"
Nosotros nos metimos por ignorancia. Y por colmo, una vez adentro, hubo una sola dirección en que se podía ir, o esperar ir - hacia adelante. Imposible dar media-vuelta y escapar. Lo más apto para describir dicha aventura sería comparar nuestro vehículo con un barquito luchando con un olaje tan alto como el barquito.
Con temor pensábamos qué pasaría, de encontrarnos con alguien en sentido contrario. Con horror pensábamos en cómo sería dicho atolladero después de una lluvia si llegase a ocurrir. Felizmente, no cruzamos a nadie en movimiento, solamente vimos un camión parado en este infiernillo, con una pérdida de aceite del motor. ¡Pobre desdichado! Y felizmente, todo estaba reseco.
Eventualmente, emergimos sobre un tramo de la carretera listo para pavimentar pero sin pavimentar. Naturalmente que allí también tratamos de conseguir información en cuanto a qué nos esperaba más adelante. Naturalmente, allí mismo fue la misma, increíble, irresponsable, bovinidad humana. Lamentamos no haber anotado cada una de las indicaciones. Pero no lo hicimos, y sería perfectamente imposible reconstruirlas en todos sus increíbles y sabrosos detalles de nebulosas contradicciones. La realidad era lo único que se podía tomar en consideración como cierto, y la realidad fue que la carretera siguió unos kilómetros más en su muy buen estado, listo para pavimentar, pero sin pavimento.
Eventualmente, llegó la noche, nos paramos en un caserío para pernoctar, no sin tratar de averiguar antes, qué nos esperaba más adelante. ¿Seguiría por mucho tiempo la carretera lista para pavimentar, y, por lo tanto, muy buena? - ¿Volvería incluso el asfalto? - ¿O nos esperaban más desvíos infernales? La misma confusión de nebulosidad mental, impartida con la misma autoridad que no se discute de quien sabe. Decidimos que no se podía creer una información más que la otra, que lo único que se podía creer era ir adelante y ver nosotros mismos qué pasaría.
La madrugada siguiente, aun antes de echar a andar, las cosas empezaron mal.