> El aeropuerto mismo fue otro caso de gigantismo. Después de tocar tierra, le tardó al avión un larguísimo tiempo - que no medimos porque, cuando empezó, no sabíamos que iría a ser interesante - para encaminarse por la maraña de pistas hasta la terminal, un poco como un coche buscándose su camino por las calles de una ciudad. Y no era para menos; luego, aprendimos que el aeropuerto de Miami en realidad es un complejo de seis aeropuertos, con un servicio de 122 aerolíneas - 106 líneas de pasajeros y 16 líneas de carga.
> Luego, vimos baños públicos limpios, hasta atractivos, y, maravilla de maravillas, con papel higiénico; ah, sí, y con el inefable lujo de un asiento en el inodoro, no simplemente el inodoro pelado; todo un milagro a nuestros ojos, después de haber visto todo lo increíble que vimos en este renglón desde México inclusive hasta Ecuador inclusive.
> Luego, vimos la eficiencia de los teléfonos. Teléfonos públicos por todos los lados, por docenas, y cada teléfono con su guía telefónica; y sabíamos que, de cualquiera de estos teléfonos públicos, podíamos haber llamado a cualquier país, sin cola, sin demora, sin depósito de garantía previo.
> Luego, nos topamos con delincuencia, o mejor dicho, la prevención de delincuencia. La presencia de guardas armados a la entrada de ciertos negocios, y hasta la prohibición de entrar a ciertos negocios con paquete o bolsa en la mano. También, en un corto tiempo, dos patrulleros de la policía. También, en el taxi que tomamos, nos sentimos como presidiarios llevados a la cárcel: para evitar asaltos al conductor, este taxi, como muchos otros, tenía una separación metálica hermética entre el asiento de adelante y el de atrás, con sólo una pequeña ventanilla oscilante para el paso del dinero.
> Luego, disfrutamos de la disponibilidad de cualquier mercadería. Como ejemplo, un detalle: habíamos empezado la Expedición con sendos tubitos de plástico para nuestros cepillos de dientes. Dichos tubitos desaparecieron, no sabemos cómo, en Panamá. Desde Panamá, diligentemente estuvimos buscando, como almas en pena, dichos tubitos de plástico, prácticos e higiénicos, para nuestros cepillos, pero en vano. En Miami, en el primer negocio donde pisamos, ahí estaban los dichosos tubitos. Un detalle, pero que ilustra todo un estado de cosas.
> Luego, nos enfrentamos con la muy inexplicable realidad de edificios de materiales altamente inflamables, verdaderas trampas de fuego, que explican el alto número de víctimas en muchos incendios de Vespuccia, pero con detectores-alarmas de humo y fuego, en cada habitación, en cada pasillo, supuestamente para salvar vidas, pero en realidad exponiendo estas vidas al efecto nocivo de la radioactividad del material contenido en los sensores. ¿Será puro lucro a todas costas, incluso a costas de vidas humanas?