En el primerísimo instante adentro, nos tomó por golpe una confusa sensación de desorientación; sabíamos perfectamente que ya habíamos estado en esta iglesia dos días antes, pero nunca habíamos visto esa iglesia en nuestra vida: todo parecía diferente, más aceptable, más elegante, más interesante; ¿cómo podíamos haber tenido aquella impresión negativa, el domingo, y cómo podíamos ahora verlo todo tan diferente? Misterio; la única explicación, pensamos, atribuyéndonos la vergonzosa culpabilidad de semejante infiabilidad, las divagaciones de la percepción humana.
± Se impuso la ineludible curiosidad de cómo era el otro templo importante, la iglesia de la Compañía; fuimos; la misma desorientación, el mismo mundo diferente para mejor.
Al rato, surgió la explicación de semejantes cambios.
Hoy, esta iglesia, de la Compañía - y la otra iglesia, de San Francisco, también, por supuesto - estaban tal como tenían que estar, estaban tal como habían sido concebidas, imaginadas, ejecutadas - más de 250 años atrás en el caso de la Compañía de Jesús y más de 400 ó 450 años atrás en el caso de San Francisco - cuando todos los detalles, las curvas, de oro en la penumbra de los templos, eran no solamente aceptables, sino indispensables por sus reflejos, al balance visual estético del conjunto. Antier era domingo, había servicio religioso, las iglesias padecían el asalto de la intrusión de una iluminación eléctrica de violencia de mal gusto que los arquitectos de antaño no habían incluido en su conceptualización.
Las curvas de oro
El mismo caso de atropello por parte de lo moderno mal utilizado también estaba destruyendo el espíritu de estos templos el domingo, como lo destruye en tantas otras iglesias; los diabólicos altoparlantes - y deben de ser éstos la última arma inventada por el diablo para sabotear el mensaje de Dios. ¿Cómo es posible recogerse, cómo es posible siquiera compenetrarse de los conceptos vertidos, entre los sobresaltos de los nervios auditivos y demás, debajo de semejante tronar? Que un párroco de campo, bien intencionado, cometa semejante error, se entiende, pero que, entre tantos cerebros distinguidos de las iglesias grandes, no se encuentre alguien que tenga más inteligencia y sutileza, no se entiende.
± Luego, fuimos a visitar el museo del convento franciscano. Mucho interés de fondo no encontramos, pero sí algunas curiosidades.
• Una curiosidad: un juego de 22 cuadros pintados sobre mármol.
• Otra curiosidad: unas estatuas decoradas de delicadísimas tracerías de oro logradas cubriendo la estatua de madera de una finísima capa de oro, pintanto luego dicha capa de oro, y raspando luego en la pintura las tracerías para conseguir así, por el contraste de la pintura y del oro expuesto, los dibujos de oro deseados.