También tuvimos la oportunidad de dar un paseo por la Europa viviente de muchos siglos atrás - sin movernos del Quito del siglo XX.
± En la zona de transición entre el Quito viejo - ya que no hay mucha razón de llamarlo colonial - y el Quito nuevo, se está construyendo una basílica del más puro estilo ojival; está a medio terminar; todo está sucio y huele a albañilería; nos pudimos sentir encarnados en habitantes de la Francia incipiente de siglos pretéritos, cuando miraban la construcción de sus catedrales ojivales, criticadas como góticas, creciendo hacia alturas atrevidas desconocidas hasta entonces; salvo que, entonces, era realmente una obra de maravilla y de fe, de superación de las posibilidades técnicas conocidas hasta entonces para realmente hacer lo imposible para la gloria de Dios, cuando se utilizaba la sutil interracción de fuerzas de los arcos y otros ingredientes del estilo ojival para desafiar y domar la gravedad con astuta esbeltez, mientras que, ahora, todo ello se volvió fórmula burocrática, sin aventura, sin exaltación, en base a la fuerza bruta e inerte de hormigón armado. Si fuéramos Dios, seguramente nos hubieran agradado aquellos anhelos de superación de lo imposible y seguramente nos dejaría bien fríos, ahora, esta imitación de la forma sin imitación de la chispa, y soñaríamos con nuevas atrevidas imposibilidades, inejecutables aun con la astucia ojival pero ejecutables ahora con el hormigón armado.
[] A pocas cuadras de esta futura basílica, se encuentra, como dependencia del Banco Central, y dentro del edificio de dicha institución, el Museo Arqueológico de Quito. No presenta la forma habitual de un museo como edificio, o por lo menos como local, ad hoc - en planta baja, con entrada del público desde la calle, con un ambiente de dignidad y expectativa que corresponde a un museo bien nacido. Este museo es solamente un piso del edificio del banco, el quinto. Quien no se entera por alguna incidencia de su existencia nunca sabrá que hay un museo en este quinto piso de este banco. Pero en cuanto a la substancia, es otra cosa.
Este es el primer museo que vimos, si no afirmar, por lo menos sugerir y aceptar, y ciertamente ilustrar, la idea iconoclasta, de que el dichoso y mal-llamado puente de Bering no fue el único nexo de comunicación entre América y el resto de la Tierra, de que hay razones para creer, que hubo también contactos directos transpacíficos de orígenes, australoide, nipón, chino, polinesio, y que hubo también contactos, por lo menos en lo que a Ecuador se refiere, a través de la selva amazónica, desde el delta del río de las Amazonas - y por ende, se entiende, contactos transatlánticos, lo que, si bien el museo ya no lo menciona, vuelve otra vez a las especulaciones de posibles contactos con Asia menor.
Y es agradablemente innegable la gran heterogeneidad de estilos expuestos. Observando, hay que ir rememorándose repetidamente que se trata de un museo de arqueología ecuatoriana solamente, si no, sería fácil dejarse sumergir en la impresión de que se trata de una muestra cosmopolita: con tan sólo dar unos pocos pasos, se puede admirar con deleite e interés repetidamente refrescados, >>>>>>>>