También, antes de mandarla, y por la duda, llamamos otra vez a Nueva York, sólo para enterarnos de que no había novedad, llamada que llevó una hora de espera.
Entre una cosa y otra, ya se hizo demasiado avanzada la tarde para echar a andar de manera eficiente, así que estamos por pasar una tercera noche frente a nuestro centro comercial simpático.
Por lo menos, descubrimos el secreto mejor guardado de Cuenca: es la ciudad más culta del austro ecuatoriano - como llaman aquí el sur del país - casi tan culta como Quito: una de las estaciones de radio tiene cinco horas de música clásisa ... no por día, naturalmente, sino por semana: una hora diaria, de las trece a las catorce, de lunes a viernes.
Dicho de paso, ya no mencionamos nada de exploraciones radiales porque ya no hacemos exploraciones radiales; pura pérdida de tiempo. Tenemos el receptor en las ondas cortas; porque son ellas la única ventana a algo inteligente; que sea de Cuba, de Suiza, de Holanda, de Canadá, de Vespuccia - si bien Vespuccia siempre logra herir la inteligencia con sus estereotipos y conceptos estúpidos. Es interesantísimo descubrir otro enfoque de las cosas. Escuchar, por ejemplo, que, en la primera guerra mundial, los imperialistas de entonces se aprovecharon del pretexto del asesinato de Sarajevo para re-repartirse el mundo; o escuchar, por ejemplo, la glorificación de los autores de la constitución vespucciana, sin la menor mención jamás que esos autores imponían personalmente el martirio de la esclavitud a los Negros, y cometían el genocidio de los autóctonos a quienes iban robando su patria.
Lo que nos maravilla es qué razón pueden tener países como Suiza u Holanda en ponerse en el gasto de difundir por ondas cortas a los cuatro vientos.
Programas que nos interesan especialmente son aquellos en portugués, para ir acostumbrando nuestro oído a dicho idioma. Conocemos perfectamente castellano, inglés, francés, pero del portugués sólo sabemos su posición híbrida entre el castellano y el francés, y nos falta practicar la percepción fácil de la manera de hablar.
A la manera de describir Cuenca como una ciudad, casi un barrio, donde no hay nada muy bueno, ni tampoco muy malo, con una vida tranquila, sin excesos, podemos agregar un rasgo diferente que no se da a menudo, y es la presencia de un arroyo caudaloso cruzando Cuenca por entre las piedras de su lecho.
Mañana pues, si Dios quiere, sí saldremos temprano hacia nuestra nueva meta: algunas aldeas del Oriente ecuatoriano, a orilla del territorio de los Shuares - perfectamente desconocidos del mundo exterior porque éste los conoce por el nombre despectivo de Jíbaros, los famosos achicadores de cabezas humanas.