puntiagudas con curare; unas lanzas, incluyendo una con dos puntas, una punta para herir la víctima y romper la punta dentro de la víctima, y la otra punta para ir acabándola; una hamaca increíble, tejida toda de una sola piola, de un solo tirón, con tan solo dos nudos en total; varias cerámicas de gran interés, especialmente una vasija inca finísima; una bola del tamaño de dos puños, un poco demasiado liviana para ser de piedra, pero demasiado pesada para ser otra cosa, con la suposición muy hipotética de que podría ser una bola de una mezcla de tierra y excrementos de llama, endurecida - pero pura suposición, como para suponer algo.
Con tantas actividades, y en buena parte imprevistas, no tuvimos el tiempo, como teníamos planeado, de prepararnos hoy para seguir viaje tempranito mañana. Tendremos que prepararnos mañana por la mañana pues, y salir, quién sabe a qué hora.
Ah, sí. También llamamos por teléfono al consulado vespucciano en Quito, para ver si habían recibido, por fin, una contestación al telegrama. No, no recibieron nada, y no pueden hacer nada más. Estamos en un lindo lío. Se está perfilando cada vez más imperativamente la necesidad de gastar dinero y tiempo para volar a Vespuccia ida y vuelta, como para mantener nuestro derecho a reingresar aun sin el dichoso permiso especial de dos años. Pero, ¿y qué con nuestro vehículo? - ¿Nos dejarían salir los Ecuatorianos del país sin él? ¿Dónde se dejaría el vehículo con seguridad para su integridad física? Todo, porque esos Vespuccianos altamente eficientes y organizados no contestan a cartas respetuosas, no responden a telegramas de sus propios consulados, no reaccionan a llamadas telefónicas.
Este tema nos hace acordar que, el otro día también, llamamos a Nueva York; y se nos informó que justamente el día anterior había aparecido en el New York Times un gran artículo sobre la ineptitud catastrófica de los servicios de "inmigración" como los llaman los Vespuccianos; con muchos casos de horror, y muchos casos de acciones judiciales por personas perjudicadas por dicha ineptitud de los servicios. En cierta manera, quizás mejor que nuestro caso no sea el único; pero de poco consuelo, en la práctica.
Son las 23:25, más que tiempo para ir a dormir para quien se despierta a las 5:30.
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Hoy, no salimos un poco más tarde. No salimos mucho más tarde. Simplemente, no salimos.
Con la esperanza ahora esfumada de lograr una solución al permiso de dos años por medio del telegrama del consulado, decidimos mandar otra carta con todo el impacto que el respeto permite a la Dirección de Inmigraciones vespucciana. >>>>>>>>