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Amanecimos sin novedades, siempre con el rugido del viento.

Recién medimos las ráfagas con el anemómetro; la aguja marcó abruptos cambios entre los 10 y 55 kilómetros por hora, con extremos de 0 a 65 kilómetros por hora. El impacto del viento se debe tanto a la brusquedad de los cambios de velocidad como a la velocidad misma.

Ahora acabamos de descubrir que, a pocos metros del primer lugar, el viento está jugando otro tipo de juego; en este segundo sitio, la velocidad del viento es mucho más estable, no baja de los 70 kilómetros por hora, oscila alrededor de los 80 y 90, y llegó a 113 kilómetros por hora. Varias veces, casi tambaleamos. El fotógrafo quiso tomar una vista del inmenso paisaje y tuvo que tomarla con una velocidad de 1/1.000 de segundo, con la esperanza de compensar las vibraciones de la cámara.

A pesar de habernos despertado a las 5:30, ya es pasado el mediodía, entre una cosa y otra, cuando estamos por echar a andar, en procura de nuestra próxima meta, que sabemos que debe de estar muy cerca, a unos contados kilómetros a lo máximo.

Estamos por pernoctar - ¿dónde? - a cincuenta metros de donde pernoctamos anoche.

Es que a los contados kilómetros, pues, preguntamos dónde está el desvío hacia la laguna Culebrillas; ah, que ya lo pasamos, allá atrás está, donde se ve la alta cresta. En otras palabras, nos habíamos quedado parte del día de ayer, esta noche pasada, y toda la mañana de hoy ... en el empalme del desvío a nuestra próxima meta, sin saberlo.


Vista, desde nuestra cresta

Pero lo peor del caso era que esta nuestra próxima meta requiere, más que nada, hablar con los lugareños, hablar y hablar; y durante todo el tiempo que habíamos estado dónde no sabíamos que estábamos, habíamos visto la gran cantidad de cuatro o cinco lugareños solamente; incluso habíamos hablado con ellos de cosas circunstanciales de buena vecindad, habíamos tenido al alcance de nuestras lenguas hacer las averiguaciones que eran la esencia misma de nuestra meta, y no lo habíamos sabido.

¿Qué hacer? Volvimos la poca distancia, nos apostamos, con la paciencia de una araña en su tela, y agarramos en sucesión a quien pudimos, lo que no es mucho en estos parajes, para conversar.

Es que teníamos la historia, de que, a orilla de la laguna Culebrillas, hay un sitio más o menos redondo, de unos diez metros de diámetro, donde no crece pasto, y de que, según rumores lugareños, ello se debe a que allí habría aterrizado un plato volador. Queríamos escuchar nosotros mismos qué cuenta la gente, y quizás aprender algo nuevo.

De las varias conversaciones, surgió que, efectivamente, hay, cerca de la laguna, un sitio con las características descritas, y que todo el mundo oyó >>>>>>>>