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Dos estrellas fugaces, y bien extrañas.

Aun quien no sepa que Guayaquil es el puerto exportador de bananas del más grande productor de bananas de la Tierra, se daría cuenta de que debe de ser así por la cantidad de bananas verdes flotando en las aguas del puerto.

\gq/  Finalmente, logramos en Guayaquil algo que siempre pensamos que sería de >>>>>>gran interés, pero que siempre consideramos una perfecta imposibilidad: un nuevo capítulo, y el último capítulo, de la cueva de los Tayos.

Conocíamos el nombre y la dirección de un abogado que había sido relacionado con Juan Móricz, aquel descubridor blanco de aquella cueva de los Tayos cuya fama dio la vuelta al globo. Pensábamos que sería un apropiado punto final - después de haber hablado en Quito con varios de los miembros de la expedición aquella - poder hablar con el abogado, abarcando todo el asunto desde otro ángulo, y ver, de pura curiosidad, qué habría pasado con Móricz.

La dirección que teníamos resultó ya no ser la buena; pero en el mismísimo edificio donde encontramos el consulado argentino, a donde habíamos ido, por absoluta y bienvenida sorpresa ¿qué encontramos? ... la nueva dirección.

Teníamos la aprensión de encontrarnos con una recepción iracunda de alguien ya cansado más allá de los límites por lo que tiene que haber sido una pesadilla; pero una meta es una meta, y fuimos.

El primer segundo de contacto con el abogado fue el último segundo de las aprensiones. Nos acogió y nos dio la bienvenida como si nos hubiese estado esperando. Y - después de una larga conversación durante la cual mucho escuchó de lo que no nos interesaba, a saber nosotros, y nada dijo de lo que nos interesaba, a saber la cueva y todo lo demás - nos invitó a conversar algo más, al día siguiente, lo que, naturalmente, nos apresuramos a aceptar.

Cuando, al día siguiente, empezamos a hablar nuevamente con él, no sabíamos qué nos esperaba.

En el primer vaivén del diálogo, el abogado expresó la posición de que las cuevas sí existen, pero que todo lo demás es una pura fantasía de Däniken, el autor del libro. Insistiendo nosotros desde varios ángulos para conseguir aclaraciones más concretas, el abogado finalmente dijo: "Eso, van a tener que preguntárselo al señor Móricz mismo".

A nuestra reacción de desamparada convicción de la imposibilidad de dónde encontrar al mencionado, contestó el abogado con un estupefaciente 
               "Aquí mismo." 
               "¿Aquí mismo? ¿cuándo?" 
               "Dentro de un ratito lo podrán conocer y hacerle todas 
                las preguntas que quieran."
               "¿Aquí mismo, dentro de un ratito? ¿y cómo puede ser?"
               "Somos socios en una empresa minera."
               "¡No diga!"