Visitar la ciudad no va a ser cosa fácil; ya vimos el tráfico y la imposibilidad de estacionar en el Quito viejo - no lo podemos llamar, a primera impresión, colonial, salvo algunos edificios aislados; y, hablando de edificios aislados, ya sabemos que la iglesia de la Compañía de Jesús está cerrada de las 11 a las 15:30, la iglesia de San Francisco está cerrada de las 11 a las 15, y todo por el estilo. Veremos.
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Hoy fue día de diligencias.
La principal, la esencial, y de muy mal resultado, fue la llamada a Nueva York; todavía no volvió al remitente la correspondencia que no recibimos en Bogotá; hace dos meses y medio que fue devuelta al remitente, lo que, dentro de la estupidez del correo mundial, no es excesivo, pero mientras, antes, no había por qué no tener esperanza, ahora, no hay por qué no preocuparse.
> Por otra parte, entre otras cosas, tuvimos la grandísima suerte de establecer un contacto directo con un participante directo en un caso de interés - se podría decir misterio - de repercusión mundial en los círculos de semi-ficción-semi-realidad, quizás-parte-ficción-quizás-parte-realidad, el tema de la existencia de literalmente inmensas galerías y salas en el subsuelo de Ecuador, quizás hechas de mano de hombre, o de alguna mano, quizás con objetos sorprendentes, y quizás con una longitud de centenares de kilómetros que no se ha podido todavía determinar. La cueva de los Tayos.
Nuestra información archival previa, al respecto, fácilmente tildable de fantasmagórica, pero que ahora quizás tendremos el agudo interés de pasar por la zaranda de la realidad, es como sigue.
Empezando en junio de 1965, Juan Móricz descubre lo siguiente:
→→ en la región delimitada triangularmente por los pueblos de Gualaquiza, San Antonio y Yaupi, la entrada de una cueva, del tamaño de un portón de galpón;
→→ en la cueva, un pozo de 70 metros de profundidad, seguido de otro profundísimo pozo, seguido de otro profundísimo pozo;
→→ luego, una red de pasadizos, con paredes verticales, planas, lisas, paralelas, y con cielorrasos horizontales, chatos, o sea todo a ángulos rectos, como sólo túneles horadados artificialmente podrían ser; de una longitud, en ese momento, inmedible porque por ningún lado se podía alcanzar un fin de la red, pero que llegó a ser estimada a centenares de kilómetros, a punto de extenderse desde subsuelo ecuatoriano a subsuelo peruano; no todos los túneles de igual ancho, empero;