Incidentalmente, notamos, en nuestra bajada por las latitudes, de Bogotá en dirección al ecuador, que el amanecer va ocurriendo cada vez más tarde: en Bogotá ocurría a las 5:30, luego se fue postergando, y esta mañana ocurrió quizás a las 5:50.
Primero, este atrasamiento nos sorprendió un poco pero, pensándolo bien, sin razón: en esta misma época, en julio, en el Artico, como sabemos por nuestra experiencia propia del año pasado, los días son los más largos del año - veinticuatro horas de luz solar; pero yendo hacia el sur, hay una latitud donde el Sol desaparece un poquito para la noche; y yendo cada vez más hacia el sur, el Sol desaparece cada vez más temprano y reaparece cada vez más tarde; así que es lógico que el amanecer fuera ocurriendo más temprano en Bogotá y esté ocurriendo más tarde aquí; y siguiendo todavía más hacia el sur, en el hemisferio sur, ahora, el Sol desaparecerá todavía más temprano y reaparecerá todavía más tarde.
Nos levantamos tan temprano, y nos estamos apurando tanto, para lograr nuestro propósito de llegar a la feria indígena de Otavalo cuanto antes de mañana.
Estamos en una planicie de alrededor de 2.600 metros de altitud; pero, en la lejanía, aparecen, perforando el horizonte, sierras y cerros mucho más altos. Un pico, bien al frente de nosotros, tiene un bonete resplandeciente en los primeros rayos horizontales del día, que recién lo alcanzaron mientras todo lo demás está todavía en la sombra matutina, ¿Será nieve? No, no puede ser nieve; debe de ser una nube. No, no puede ser una nube; se queda demasiado inmóvil. Sí, debe de ser nieve, o mejor dicho, hielo, porque, pensándolo bien, no tiene sentido hablar de nieves eternas ya que nieve tiene una vida muy corta como nieve y lo que queda allí arriba es el hielo resultante de la compactación, del derretimiento parcial y de la recongelación de lo que fuera efímeramente, pero ya no es, nieve.
Sigue la marquetería de los cultivos en las laderas.
El trazado de la carretera es mucho más suave que en Colombia; quizás sea por la topografía más suave, quizás por la ingeniería vial más suave; veremos más adelante.
A treinta kilómetros del pueblo de Ibarra, todo se ha vuelto semidesértico; se parece mucho al oeste vespucciano - en cuanto a falta de vegetación si bien no en topografía.
Una hora y media después de haber divisado aquel pico blanco en los rayos matutinos, todavía lo tenemos frente a nosotros, todavía nos estamos acercando.
Recién apareció un voluminoso macizo con un amplio casquete de hielo.
Primeras observaciones varias en el corto tiempo que estamos en Ecuador.