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Puede ser que así haya sido muchos decenios atrás; pero nos parece, sin lugar a mucha duda, que, antes del terremoto, Popayán era una simple ciudad provincial que trataba de hacer su agosto de su iglesia de San Francisco, de su iglesia del Carmen, de su capilla de La Encarnación, de sus grandes ceremonias de Semana Santa cuidadosamente orquestradas.

No nos animaríamos a proclamar la siguiente impresión públicamente, en la calle de Popayán donde estamos ahora, porque probablemente nos encontraríamos ahorcados en un santiamén, de una soga corta en un palo alto, pero nos parece que el Popayán de hoy, con toda su destrucción - y la hay mucha - tiene probablemente más interés, más personalidad, por más tristes y penosas que sea su causa y sean sus consecuencias, que habrá tenido antes del terremoto; en otras palabras, tal vez valga la pena de un viajecito para ver el Popayán de pos-terremoto, pero casi seguramente no valía la pena correr a Popayán antes del terremoto porque lo que Popayán ofrecía se podía ver, de una forma u otra, en docenas de otros sitios - y malas lenguas dicen que, ya entonces, muchas iglesias tenían sus interiores arruinados con dibujos religiosos comerciales, imitación mármol, querubines y nubes de papel prensado.

Un mejor distintivo y una mejor razón de orgullo de Popayán es que siempre fue un vivero de hombres sabios y cultos. Entre otros - y para tocar un tema que nosotros mismos ya tuvimos oportunidades de observar ... y de sufrir a altas altitudes - nació en Popayán José de Caldas, primer observador y formulador conocido, como si su apellido fuese predestinado a ello, de la relación entre la altitud y el punto de ebullición del agua.

Božka todavía no regresó. Ah, una última palabrita; de sorpresa: un hombre guambiano en falda acaba de aparecer en esta calle urbana de Popayán.

Con todo lo anterior, se hizo tarde para salir de Popayán y alcanzar el primer pueblo chico para una noche cerca de una estación de policía. Además, tenemos que aprovisionarnos primero de gasolina por haber quedado literalmente con una última gota, después de nuestras andanzas de los días pasados.

Nafta a lo máximo. Lo que fue, en teoría, nuestra última compra de nafta en Colombia. Cuando nos enteramos de que la estación de servicio se queda abierta toda la noche, pedimos y recibimos permiso para quedar en la estación, y es donde estamos ahora hasta mañana, esperando que no habrá asalto durante la noche a la gasolinera, y de paso a nosotros.

Hablando de asaltos, no podemos no notar que, en contradicción con el sinfín de advertencias que nos fueron dadas y de precauciones anti-delictivas que vimos tomadas en tantos lugares, no vimos el más mínimo caso delictivo - será que las precauciones y las advertencias son exageradas, o será que, al contrario, no tuvimos que sufrir o presenciar ningún caso precisamente gracias a las advertencias y a las precauciones, nunca sabremos. Lo cierto es que esta >>>>>>>>