en Tehuantepec o en Guatemala, salvo en unos detalles. Las mujeres, a más del obligatorio conjunto de falda, blusa, sombrero, poncho y trenza, que parece haber sido universal, en una forma u otra, en muchas partes de América, llevan, todas, un muy nutrido collar de docenas de hileras de cuentas tubulares, de plástico o imitación de cerámica, de color blanco, que les cuelga sobre el pecho como un verdadero plastrón. Los hombres llevan también faldas, si bien de otro corte.
Con las mujeres llevando sombreros de hombre y los hombres llevando polleras, y ambos teniendo un corte de cabello idéntico, hay que fijarse dos veces para asegurarse de quién es qué; y resulta un poco raro, por lo menos a nosotros por falta de costumbre, decirle "señor" a algo que lleva falda.
Guambianos en Silvia
De vuelta de la zona de los Guambianos, re-establecimos contacto con la alfombra mágica del asfalto. Por ella nos deslizamos, luego, en permanente bajada hasta llegar a este Popayán donde estamos ahora, todavía a una altitud, empero, de 1.700 metros.
No sabemos qué nos aguarda en el resto de los Andes colombianos, o en los Andes de los demás países más al sur, pero de lo que vimos hasta ahora de los Andes colombianos, nos guardaremos un muy agradable recuerdo, de panoramas verdeantes, de una equilibrada mezcla de grandeza y amabilidad, bien diferente de la imagen de grandeza austera e implacable que nos hacíamos. Contra toda expectativa ignorante y toda lógica mal fundada, los Andes colombianos quedarán ligados en nuestra memoria a la memoria que tenemos de muchos paisajes de Europa central - con la diferencia de las altitudes.
Justamente regresó Božka; vamos a seguir viaje.
Ah, pero no; regresó solamente para quejarse amargamente del mercado. Hay poca verdura, menos fruta, todo, de calidad muy regular; y hay, sobre todo, otro ejemplo de estupidez humana: nada tiene precio marcado; cuando preguntó precios, le dijeron que el precio se lo iban a decir a la salida por la caja, y Božka tuvo que explotar que cómo podía ella saber si quería comprar o no tal o cual cosa si no sabía de antemano si el precio le convenía o no; se quedaron mirándola con ojos bovinos; y bovinos tienen que ser.
Mientras ella regresó a enfrentarse con sus amarguras mercantiles, a terminar lo que faltaba apuntar.
En cuanto a Popayán, era la costumbre, y era de buen gusto, cantar sus alabanzas como una ciudad vieja, encantadora, una de las seis más bellas ciudades serranas de América hispana, la ciudad más española de Colombia, una ciudad colonial sosegada, tranquila y bella. Ahora, se acostumbra, y es de buen gusto, proclamar líricamente que así era hasta el fuerte terremoto del Viernes Santo penúltimo, que destruyó total- o parcialmente gran parte de la ciudad.