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Lo que nos hace acordar de que, durante la conversación entre nuestro guaquero y la familia que lo refería al mandamás para la autorización, alguien mencionó que algunas de las guacas ya habían sido excavadas y, por lo tanto, ya estaban vacías; en este contexto, una de las indígenas interpuso, medio en chiste medio en serio, que siempre se podía plantar algunos objetos en las guacas vacías, taparlas nuevamente y tener así, otra vez, guacas llenas - lo que, naturalmente, abre un nuevo horizonte de engaños, insospechados por gente incauta, porque aun en el caso de plantar en una guaca previamente vaciada algún objeto verdaderamente precolonense, ya no es una guaca auténtica; y qué pensar de la posibilidad de plantar en tal guaca un objeto falsamente precolonense fabricado hoy en día por manos tan hábiles que, a veces, hasta un experto puede tener sus dudas.

Es realmente estremecedor descubrir qué variedad de trampas inventa el ingenio humano para atrapar a desprevenidos.  Brrr.

De todos modos, lo que aprendimos hoy del guaquerismo parece ser lo más interesante y lo más importante, por ser lo menos imaginable por una persona que no sabe, mientras que el capítulo siguiente, el de la excavación del pozo, es mucho más imaginable.

Esta excursión de hoy con el guaquero también tuvo para nosotros otro aspecto, de ninguna manera relacionado con el guaquerismo.

Muchas veces durante esta Expedición, nos hemos quedado mirando los románticos ranchitos engarzados en la inmensidad de la vegetación en las laderas de una u otra sierra, con una vista que ningún rey, pasado o presente, tuvo o tiene.

Hoy, tuvimos la oportunidad de trepar, resbalando, a varios de estos ranchitos, de pasar un rato en algunos de ellos y de hablar con la gente, de resbalar nuevamente, cuesta abajo. ¿De qué sirve el romanticismo del ranchito si hay dificultad en conseguir agua? ¿De qué sirve la vista imperial si la subida y la bajada son ejercicios de equilibrio inestable? Según nos dijeron nuestros interlocutores, es mejor andar descalzo porque, con los pies desnudos, uno se agarra mejor donde resbalaría un zapato.

También, la supuesta vastedad de vegetación alrededor de cada ranchito no es tal, por lo menos no es tal donde estuvimos hoy: descubrimos que, debajo de los cafetos, de los plátanos, de las malezas, hay una telaraña insospechada, un laberinto invisible, de alambrados; cada ranchito, de la inmensidad vegetal que aparentemente lo rodea, posee solamente una o dos hectáreas, a veces cuatro, a veces seis, pero a veces, también menos de una hectárea.

Y hasta en estos lugares, que parecen medio fuera de este mundo, desaparecen las gallinas y otras cosas importantes en las bolsas de los ladrones.

Basta para hoy.