repetía la operación, cada vez más hondo, analizando cada vez la muestra de tierra recogida. Cuando las muestras que recogía eran homogéneas, de color uniforme, de textura uniforme, le indicaban que la tierra no había sido movida, especialmente cuando el color de las varias capas iba en orden de más oscuro del humus al más claro de greda o arena; pero cuando, aun después de unas muestras que eran homogéneas pero que serían de la acumulación de tierra de siglos recientes, empezaron a aparecer pizcas, de varios tamaños, a veces ínfimas, de un color y un material diferentes del cuerpo principal de la muestra, ello le indicó que, en ese lugar, la tierra había sido movida y puesta nuevamente en su lugar. Así es el análisis del terreno que guía a un guaquero cuando busca la ubicación exacta de una guaca.
Volviendo de Turminá a Inzá, el guaquero nos dijo que, de cualquier manera, quería abrir una guaca para nosotros y que si, mañana, las noticias de Turminá resultan negativas, nos llevaría a otro sitio.
El regreso a Inzá fue interrumpido de manera ineludible, y sin que se pudiese saber, en un primer momento, por cuánto tiempo, no por razones de guaquerismo sino porque nos encontramos frente a frente con una de las busetas de la zona, o sea un ómnibus, cuya anchura ocupaba casi toda la angostura del camino. Pero, en este caso, la buseta se quedó donde estaba - ni para adelante, ni para atrás, para buscar, según la costumbre, un lugar adecuado para el cruce de los dos vehículos; el detalle estaba en que el conductor, en vez de estar sentado frente a la guía, estaba tirado en una de las banquetas de atrás, con todo el peso de una borrachera encima; bajo las insistencias y súplicas repetidas y prolongadas de algunas de las personas presentes, empezó a moverse, a buscar la llave de contacto por todos sus bolsillos con la destreza de un borracho, para finalmente descubrir que no sabía dónde estaba, y hasta salió de la buseta para encaminarse hacia nuestro vehículo, y hubo que convencerle de que no era este carro sino aquella buseta que había que sacar del camino; luego, la concurrencia decidió que lo único que quedaba por hacer era empujar la buseta sin llave y que el conductor la guiaría hacia algún receso; así se hizo, pero un borracho no sabe qué es un receso y quiso maniobrar la buseta atravesada al camino, lo que, de todos modos, era imposible y peligroso por la angostura; la increíble situación terminó cuando todo el mundo decidió que se iba a empujar nuevamente la buseta pero que Karel, con o sin asentimiento del conductor borracho, la guiaría hacia un lugar adecuado; así se hizo, y por fin pudimos seguir viaje. Nos estremecimos ante esa realidad de pasajeros que entregan sus vidas a un conductor tan íntimo con la botella.
De vuelta en Inzá, sugerimos que pasaríamos la noche, pues, en la plazoleta de Inzá mismo, pero el guaquero no nos lo aconsejó porque, dijo, había demasiada bulla; entonces, sugerimos que podríamos pasar la noche directamente cerca de la estación de policía, pero él nos lo aconsejó todavía menos - con los policías, nos dijo, emborrachándose y, siempre temerosos de una incursión guerrillera, disparando tiros a diestra y siniestra en la oscuridad.