En el pueblo de Turminá no hay policía, solamente una delegada de policía; de manera muy oportuna, nuestro guaquero se acordó de que dicha delegada había sido nombrada gracias justamente a la intervención de politiquería del guaquero y que, por lo tanto, ella le debía mucho si no todo. La fue a ver, y se la llevó, con toda su influencia local, a ver a la heredera. Permiso acordado.
Empezamos a subir, por entre cafetos y bananos y malezas, por una senda bastante empinada, y todavía más resbaladiza debido a la lluvia reciente; solamente para llegar, después de veinte minutos, a un sitio de guacas que, nuestro guaquero descubrió al verlo, no era el sitio que él apetecía. La heredera y el guaquero habían hablado, cada uno, de otro cementerio; y el cementerio que el guaquero quería no se encontraba ya dentro del predio de la heredera sino en el predio justo al lado, de otro dueño; "qué vaina", como dijo el guaquero; y la delegada de policía, a veinte minutos, de vuelta abajo, en el pueblo.
Con todo, el guaquero decidió ir a ver a los otros dueños, y, por la duda, se llevó consigo la heredera, que nos había acompañado, para que les dijera a los vecinos que la delegada de policía estaba respaldando al guaquero. Pero fue tiempo perdido, fue un par de horas perdido; después de todas las vueltas indirectas en la conversación, famosas entre muchos campesinos y entre paraborígenes, el resultado fue, que el miembro principal de la familia, el que mandaba todo, y que tenía mal genio por encima, no estaba, que estaría recién al anochecer - o mañana, y que era con él que había que hablar; nada que hacerle.
Pues, a la aldea de Turminá volvimos; de vuelta a la delegada de policía fue el guaquero; le encomendó que hablara al desconocido mandamás de mal genio del nuevo terreno cuanto antes, esta noche misma o mañana tempranito; y quedaron en que, mañana por la mañana, ella se bajaría de Turminá a Inzá para comunicarle al guaquero las nuevas.
Ya pensábamos que lo único que quedaba era regresar a Inzá, cuando tuvimos, de imprevisto, el tercer capítulo de nuestro aprendizaje de guaquerismo.
Nos llevó el guaquero a un sitio a orilla de la aldeíta, donde en años pretéritos él había abierto guacas, donde, ahora, probablemente ya no hay guacas, pero donde debe de quedar, marginalmente, la mezcla revuelta de los sedimentos como ocurre cuando un terreno estuvo cavado y tapado nuevamente por los paraborígenes o como ocurre con cualquier movimiento de tierra y relleno, hoy en día. Y nos hizo una demostración de cateo, el trabajo previo indispensable para ubicar una guaca exactamente, antes de excavar, para no excavar a ciegas. Repitió el proceso en varios sitios. Su herramienta era simplemente un palo, largo y delgado, provisto, en una de sus puntas, de una mediacaña de metal.
Lanzaba su herramienta como una jabalina contra el suelo para que en la mediacaña le quedara pegada una muestra del terreno; observaba la muestra; >>>>>>>>