<> Se supone que los sitios que, hoy, están a la vista, y que constan únicamente de tumbas y de estatuas, no eran los sitios residenciales sino solamente centros ceremoniales con un amplio radio de influencia, a donde venían gentes desde lejanas tierras para enterrar a sus muertos y rendir culto a sus divinidades.
<> Lo mismo que observamos en las estatuas mayas de Copán, aquí las estatuas tienen propósitos simbólicos o espirituales, mas no de inquietud artística o de expresión de estética pura - de hecho, la mayor parte de las esculturas se hallan asociadas con entierros, ya sea a la entrada de ciertas tumbas grandes, ya sea enterradas dentro mismo de las tumbas.
Así pasamos el día de hoy hasta entrada la tarde.
Luego, decidimos ir al sitio El Cerro de la Pelota, a unos kilómetros, para tratar de ver la estatua policroma recién encontrada por el guaquero.
Llegamos con nuestro vehículo hasta donde se podía carretear, dejamos el vehículo bajo la vigilancia de un lugareño, como parece que se puede hacer, y empezamos a recorrer la huella pedestre hacia la estatua; y si decimos huella, es demasiado decir, un tipo de senda para cabras, bajando en zigzagueo abrupto y mareante; con cada paso que dábamos hacia abajo, nos preguntábamos si valía la pena, pensando que, a cada paso bajando, correspondería luego el mismo paso subiendo, una perspectiva muy poco alentadora, y nos imaginábamos cómo nos tardaría dos o tres veces más tiempo para subir que para bajar. Pero nos esperaba una sorpresa que nos demostró todo lo contrario, que nos demostró de qué es capaz el cuerpo humano en caso de necesidad imperativa.
Habíamos caminado así unos cinco o siete minutos, cuando empezó a sonar la radio-alarma que siempre llevamos cuando nos alejamos del vehículo; alguien estaba sacando, o tratando de sacar, algo del carro - y nosotros, allí abajo, en ese infiernillo, fuera de alcance. Con un aguante y una energía de los cuales nunca nos hubiésemos creído capaces, subimos de vuelta todos los zigzagueos de cabra, no en dos veces o tres veces el tiempo que tardamos en bajar sino en la mitad del tiempo que tardamos en bajar. Fueron momentos de bastante ansiedad. Cuando llegamos al carro, el hombre que supuestamente tenía que cuidarlo estaba parado a su lado; nos explicó que había ido a su rancho a unos 200 metros y que mientras tanto sonó la alarma y que él vio desde su rancho a algún hombre alejándose corriendo del carro. Pero, felizmente, en nuestro vehículo no faltaba nada; el vehículo ni siquiera había sido abierto. Solamente hubo el susto, un susto que nos podía haber evitado.
Así, ni siquiera ubicamos la estatua policromada. Nos tardó como media hora para recobrar nuestro pulso normal. Todavía bajo esta influencia, estamos estacionados otra vez frente al Parque Arqueológico, donde vamos a pernoctar otra vez.