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Como nos prometimos ayer, hoy no cristalizamos por anticipado lo que estábamos por hacer ni relatamos, en marcha, lo que estábamos haciendo. Recién ahora nos animamos a apuntar lo que - efectivamente - hicimos, lo concreto y cumplido.

Así que, esta mañana, después de una última revisadita del vehículo - a ver si tenía bastante agua, bastante aceite, bastante fluido de dirección, bastante fluido de frenos, bastante aire - emprendimos el mismo camino hacia el sur que el otro día.

Para darle un poco de novedad a un recorrido que iba a ser por segunda vez, decidimos hacer un poco de estadística de una realidad que, ya habíamos notado, es parte de la escena colombiana: la cantidad notable de vehículos varados en la vía por algún desperfecto. Ya antes de haber salido del conglomerado urbano de Bogotá, habíamos llegado a catorce casos de vehículos varados en la calle por desperfectos, incluyendo coches de pasajeros, autobuses y camiones. Cuando salimos a la ruta, empezamos una nueva cuenta, pero al llegar demasiado rápido a la docena de varados ya se nos hizo aburrido el juego y dejamos de llevar la cuenta.

Pasamos por un lugar con su costumbre, o moda, o hipnosis colectiva, local - en este caso, en las razones sociales de los negocios; uno se llamaba La Vaca Que Ríe, otro, La Vaca Que Canta, otro, El Toro Contento, y otro, La Ternera Alegre.

En cuanto a topografía, y alrededores, durante la primera hora de esta mañana, salvo una subida de 300 metros al salir de Bogotá, todo fue cuesta abajo; más exactamente, bajamos 2.000 metros en menos de una hora y sin interrupción. Esta bajada, por una parte, fue una re-edición de la bajada de Chiquinquirá a Muzo: en cuanto a los varios pisos termales desde fresco a caluroso; pero esta analogía fue la única porque, por otra parte, la carretera fue siempre buena, y la zona, eminentemente turística para los domingueros bogotanos - y porque, por una tercera parte, el paisaje no se puede comparar de ninguna manera con la belleza que ya apuntamos del recorrido de Chiquinquirá a Muzo, e inclusive de Chiquinquirá a Bogotá.

El pueblo de Boquerón fue el punto de conexión entre esta larga bajada y el valle longitudinal hacia el sur entre dos de los ramales de la Cordillera.

Seguimos bajando, pero ya muy pausadamente, hasta llegar al fondo mismo del valle; a unos 300 metros de altitud solamente; valle del larguísimo río arterial Magdalena que fue el embudo por donde los Españoles acarreaban sus botines de Colombia hacia el famoso recinto fortificado de Cartagena, que ya visitamos.