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Pasó el día; todo el día; estuvimos viajando, vino la noche, estamos estacionados ¿dónde? no lo podemos creer completamente todavía, pero así es ... en el parqueadero de nuestra Ciudadela Comercial de Bogotá; y eso que, esta mañana, realmente echamos a andar por las subidas y las bajadas hacia el sur; especialmente por las bajadas, porque, desde la altiplanicie del ramal oriental de los Andes, donde se encuentra Bogotá, la ruta mayormente baja - y que es mucho bajar - al valle longitudinal entre este ramal oriental y el ramal central de la Cordillera.

Fue esta larga bajada que nos mandó de vuelta a Bogotá. Casi es una vergüenza decirlo, pero, otra vez, los dichosos frenos, supuestamente tecnológicamente adelantados, de discos, de adelante: después de un cierto tiempo de frenadas, con cada nueva frenada el tren delantero del coche empezó a temblar lateralmente; tuvimos que parar; apenas parados, también nos dimos cuenta de que el freno de la derecha echaba humo; quedamos parados media hora para que se enfriara un poquito; empezamos a andar nuevamente; las primeras frenadas anduvieron bien, pero pronto, otra vez, surgió el mismo problema - exactamente lo que no nos hace falta para enfrentar los miles de kilómetros y los lugares apartados de la Cordillera que nos esperan. Dimos media vuelta; no nos imaginábamos qué podía ser, ya que, por la misma política de precaución preventiva de siempre, habíamos hecho revisar los cuatro frenos, un par de días antes; pero mejor un regreso a Bogotá y una revisación mecánica inútil que quedarse varados fuera de alcance de cualquier ayuda por desidia. Y en el taller, que felizmente ya conocíamos por nuestras andanzas bogotanas anteriores, desarmaron todo, se fijaron en todo, y no encontraron nada - inclusive trataron de desarmar la punta de eje para ver si no le faltaba grasa, pero el mecánico ni supo sacar el mecanismo de engranaje de la tracción delantera, para decirlo rotundamente. La teoría fue que, quizás, en el freno derecho había una burbuja de aire, lo que lo haría frenar más que el freno izquierdo; por lo tanto, purgaron la manguerita derecha; si realmente es así o no, solamente la práctica lo dirá, o sea cuando estemos otra vez lejos de Bogotá, deslizándonos por las bajadas. Lo único cierto y seguro era que habíamos perdido bastante líquido de frenos como para tener que rellenarlo; nos encontramos en la situación en la cual no queríamos estar - de tener que poner líquido de freno colombiano que hay que cambiar cada cinco meses; felizmente, de nuestras andanzas previas, conocíamos el único lugar en Bogotá donde se puede conseguir el preciado líquido importado; ahí Karel tuvo que correr; finalmente, salimos del taller con la esperanza de que la teoría de la burbuja de aire resultaría lo cierto.

Pero todavía nos quedaba entonces la duda de cómo había quedado el engranaje de la tracción delantera ya que el mecánico lo había sacado a medias pero no había sabido sacarlo totalmente; pusimos el vehículo en doble transmisión o sea cuatro ruedas motrices, echamos a andar; pero había demasiado ruido en la calle para juzgar el engranaje por oído, por lo que nos alejamos una cuadra; empero el ruido insistió en perseguirnos, y tuvimos que aceptar la evidencia de que el ruido lo hacía nuestro vehículo.