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♦♦ También fuimos al Banco de la República para solicitar, y conseguimos, una entrevista con un alto funcionario. A la hora señalada, fuimos introducidos al sanctum sanctórum, pasando, como en un cuento de hadas, o en una película de espionaje, por siete portones o puertas, vigilados por siete cerberos.

Le pedimos a nuestro gentil interlocutor que nos explicara aquello de la promesa por escrito del Banco de la República de pagar al portador de un billete colombiano su valor en pesos oro.

Nos explicó con total amabilidad que las autoridades del banco son conscientes de la anomalía.

║ Que, justamente en oportunidad de una reciente remodelación y re-impresión de los billetes, se formó una comisión jurídica para estudiar la eliminación de la palabra 'oro', pero que "la República" - ese monstruo intangible, pero que, al final de cuenta, es el que le da o quita su autoridad al banco - decidió que la palabra 'oro' tenía que quedar aunque con ello quede la anomalía.

Que también se sugirió la posibilidad de eliminar, por lo menos, las palabras 'pagará al portador' para hacer el texto un poco menos concreto y más retórico, pero que tampoco ello fue aceptado.

  - ¿Por qué?
  - Porque este pequeño engaño, en realidad, no perjudica a nadie, mientras que la toma de consciencia por parte del público de que los billetes no valen realmente más que el papel en el cual están impresos podría desencadenar potencialmente una crisis de credibilidad que sí podría ser perjudicial para todo el mundo; porque, además, no se trata de un engaño por volición sino por omisión, y ni siquiera eso, sino simplemente de engaño por tradición, dejando impreso lo de siempre aunque la realidad detrás de lo impreso haya cambiado.

De paso, nos mostró el amable funcionario billetes peruanos que prometen pagar al portador no 'pesos oro' sino todavía más explícitamente 'pesos de oro', o sea no solamente el valor al precio del oro, sino las monedas de oro mismas; eso lo veremos en el Perú cuando lleguemos, si Dios quiere.

Volviendo otra vez a las radiodifusoras, hay aquí una costumbre rara, para no decir dictatorial: los locutores se identifican no solamente por su nombre y apellido sino también por un número de licencia expedida por el Ministerio de Comunicaciones. Que locutores tengan una licencia y que tengan que comprobarlo burocráticamente - bien, pero que tengan que proclamarla públicamente cada vez que mencionan su nombre y apellido no da una buena impresión; parece, por lo menos, inútil y, por lo más, dictatorial. Claro, se impone la pregunta: ¿proclaman su nombre y apellido porque se lo impone una ley, su vanidad o la costumbre local? Hay países donde los locutores nunca se identifican; los identifican sus compañeros antes y después del programa.