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caras-sucias-con-palas-largas buscan - como gorriones buscando granos no digeridos en la bosta de caballo - esmeralditas de rezago botadas con los desechos de la industria grande; y parece que, a veces, hasta uno u otro encuentra una esmeralda de gran valor - cuyo importe en seguida despilfarra en dos o tres días en botellas y mujeres.

Y para mañana, decidido; si por fin deja de llover o lloviznar, iremos a la mina de esmeraldas, dejando nuestro vehículo bajo la custodia de la policía y tomándonos un jeep de aquí a la mina.

Habrá que cruzar otra vez el rancherío, pero será en otro momento del día - cuando todo el mundo estará escarbando en los desechos de la mina grande, cuando la cerveza todavía no habrá empezado a fluir, por lo menos esperamos; y, sobre todo, será, no yendo en nuestro vehículo sino en uno lugareño, o sea anónimo.

Ahora sí, las anotaciones están al día.

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A las cinco de la madrugada del día subsiguiente a las anotaciones anteriores, todavía en la plaza de Muzo - mientras el cura hace sonar de manera estudiada la propaganda matutina del Señor y dice misa, y mientras, afuera, en un pequeño puestito con luz de querosén, parroquianos se van tragando su tinto - entiéndase café negro, y especialmente su aguardiente del amanecer - aquí van las anotaciones correspondientes al día de ayer.

El día de ayer se podría resumir muy simplemente, diciendo que tuvimos la oportunidad y el privilegio de seguir la vida de las esmeraldas, desde su nacimiento en las entrañas de la Tierra, hasta su ascensión centelleante al firmamento del mundo de las joyas.

     Fue así.

Como planeado, dejamos nuestro fiel vehículo en la custodia de la policía, nos agarramos de un jeep alquilado y a la mina fuimos. El camino hasta el tolderío, si bien ya lo conocíamos, nos resultó tan terrible que nos parecía imposible e increíble que lo hubiésemos recorrido nosotros con nuestro vehículo ya ida y vuelta. Por el tolderío, pasamos de manera anónima, por lo que el jeep tuvo solamente que abrirse camino por un mar humano, sin peligro de quedarse trancado en una ganga humana. Cruzamos la quebrada que no nos habíamos animado a enfrentar el otro día. Y en seguida nos topamos con el primer guarda armado de la mina, si bien la mina todavía ni estaba a la vista; la carta de la oficina de Bogotá fue la llave mágica. El jeep empezó a trepar por un camino reducido a un primitivismo peor aún, combinando todo lo malo anterior con una pendiente agudamente más empinada; qué inspiración había sido >>>>>>>>