Es difícil describir todo ello en palabras; Božka ordenando ahora al conductor, con la inflexibilidad de la necesidad, de no dejar de movernos, de seguir moviéndonos aunque sea de a milímetro, para adelante o para atrás, pero no parar, para no permitir que la ganga humana se congele alrededor de nosotros. Hasta que llegamos a una quebrada de agua negra y grava que había que vadear.
En un relámpago, juzgamos que la probabilidad de vadear sanos y salvos dicha quebrada - de profundidad, y sobre todo de estabilidad, desconocidas - era muy dudosa; en un relámpago, nos imaginamos nuestro vehículo metido hasta los ejes en la grava, totalmente incapacitado; y nos imaginamos, en un relámpago, la situación de estar totalmente a la merced de las reacciones desconocidas e insondables de los centenares de caras negras de suciedad con palas largas; en un relámpago, la decisión fue tomada: había que regresar; pero, ¿regresar cómo?; únicamente en marcha atrás, por donde había sido ya tan problemático moverse en marcha adelante, otra vez a lo largo de todo el rancherío, con una ganga humana apretándose cada vez más alrededor de nosotros; tranquilo, tranquilo, sin apurar a nadie, y sobre todo sin tocar la bocina; un polvorín se puede quedar quieto cien años, pero una chispa lo puede hacer volar en un segundo; máxime que había más, en el lugar, que caras-sucias-con-palas-largas, había botellas y más botellas de cerveza - en el momento, todavía pocas vacías y muchas llenas pero con la proporción cambiando irreversiblemente minuto a minuto; y algunos caras-sucias-con-palas-largas ofreciéndonos esmeraldas, por la derecha y por la izquierda.
Hasta que, finalmente, retrocedimos a un lugar donde nuevamente ya había más espacio libre en la muchedumbre y aun un espacio libre entre dos ranchos para dar media vuelta al vehículo; es muy difícil expresar todo ello en palabras.
Entonces, nos animamos a parar.
No habíamos parado todavía por completo de nuestro paso de tortuga, que doce caras-sucias-con-palas-largas, de un lado del coche, y otros tantos, del otro lado, ya nos ofrecían esmeraldas; unos, sacando puñaditos de piedritas chiquititas de unos pomos o redomas, otros, sacando piedras un poco más grandes, como por magia, de su boca, un lugar evidentemente más seguro que el bolsillo. Pero si bien, en verdad, nada sabemos en absoluto de esmeraldas, nos parecían todas más basura que otra cosa - de un color verde desde casi blanco a bien oscuro, verde casi negro, y todas, podridas de fallas. Uno, ofrecía su puñadito por 1.000 pesos, se lo compramos por 100, y seguramente que ni eso vale, pero queríamos una muestra de basura esmeraldera. Otro, nos ofreció una esmeralda solitaria, chiquitita, y llena de fallas, pero de interés para nosotros por estar todavía engarzada en su ganga; nos pidió 500 pesos, le dimos 250; este mismo cara-sucia-con-pala-larga, luego, después de una charla generalizada de amabilidad y urbanidad más que sorprendentes manando de semejantes aspectos, nos obsequió otra esmeralda, casi microscópica, también incrustada en su ganga, que es la que tendrá más valor para nosotros.