Además, descubrimos dos casos de increíble irresponsabilidad, no solamente personal de los tres guías sino también colectiva de aquellos quienes los dejaron ir. Descubrimos que, de los tres, solamente uno sabía el camino; y este guía, descubrimos además, tenía en la planta de un pie un tajo muy profundo de casi la mitad del largo de la planta - ¿qué hubiese pasado si él no hubiese podido caminar? Mejor ni pensarlo. Y descubrimos que se habían traído comida para solamente un día en un viaje que les tomaría tres o cuatro días; increíble; y, naturalmente, la tarde del primer día ya se habían tragado todo.
Por otra parte, nosotros no comimos nada; nos habíamos traído pulpería para un hambre conmensurado con el esfuerzo físico pero lo único que hicimos fue beber, beber y beber; habíamos llevado algo de agua pero, naturalmente, pronto se nos había agotado, y fuimos tomando agua de las quebradas con la propia adición de gotas bactericidas.
Evidentemente, poca gente se aventura por esos lugares pero, muy evidentemente, alguna pasa de vez en cuando: vimos, en tres o cuatro oportunidades, un solitario zapato roto abandonado - nos preguntamos por qué un solo zapato cada vez ¿qué habrá pasado con su compañero?
En un momento dado, Karel creyó escuchar en la lejanía algo totalmente fuera de lugar, voces humanas; ¿peligro o no peligro? ¿esconderse o no esconderse? Los guías decidieron seguir adelante. Al rato, efectivamente, nos encontramos con cinco personas caminando de Colombia a Paya; nos enteramos de que ya habían tratado de hacerlo el día anterior; pero que se habían perdido en la selva, que finalmente habían logrado regresar a su punto de partida, y que ahora hacían nuevamente el viaje pero, esta vez, con el ojo vigilante de un guía.
También, por ellos nos enteramos de que, en el último trecho de nuestra caminata, o sea de Cacarica a Cristal, lugar éste donde habría otra vez piraguas, no había manera de llegar caminando sino solamente a nado a lo largo del río, dejándose llevar por las aguas; la única solución práctica siendo para nosotros, por los bultos, que un guía se fuera nadando aguas abajo para encontrar y traer una piragua. Otra linda incógnita por delante.
En las siguientes horas de andar, se agregó el problema adicional de hojas muy cortantes. Desde que habíamos salido, había sido muy común que tuviésemos que apartar plantas con nuestras manos, pero, con estas hojas sumamente cortantes, se presentaba una situación definidamente peligrosa.
Finalmente, llegamos a Cacarica, el lugar más allá del cual no se podía, por la mala nueva, sino nadar. La única razón por qué ese lugar tiene un nombre es que, años atrás, una familia de pobladores había vivido allí; pero, ahora, es simplemente otro lugar totalmente despoblado, y revertido a la selva. Y allí ... nos esperaba una sorpresa - paradisíacamente destellante.