felizmente, la lona del fondo de la hamaca no resultó tan impermeable como teóricamente tenía que haber sido, por lo que la hamaca no se podía anegar totalmente.
Qué perspectiva fue ese principio de noche; llovía y tronaba y llovía y relampagueaba; después de una eternidad, cuando ya podía haber sido las 4 de la mañana, nuestro reloj nos dijo la implacable verdad sin consideración: eran solamente las 23; todavía otra eternidad por delante; por momentos, el sueño nos libró de la realidad.
Finalmente, cuando ya no quedaba más qué hacer que abandonarse al destino, empezó a amainar la tormenta y hasta salió la Luna; al disminuir el ruido de la lluvia, surgieron los sonidos de la vida animal de la selva; entre ellos, algunos bien raros y hasta espantosos.
Por momentos, se escuchaba ruidos como fuertes golpes sordos en la distancia, como si alguien muy fuerte golpeara una madera contra uno de los gigantescos árboles - naturalmente, no pudieron no venirnos a la mente, por una parte, los relatos de pisadas gigantes, incluso de avistamientos vivos, de Monos Grandes, o Sascuaches, o Patagones, precisamente en esta selva de Colombia cerca de Panamá y, por otra parte, el recuerdo de relatos de actos de violencia por criaturas análogas en Canadá.
Más tarde, ya casi antes de amanecer, se escucharon unos rugidos como de un tigre - sabido es que lo que se llama tigre en América no es un tigre sino un jaguar, pero, en carne propia, poca diferencia debe de haber entre un tigre y un jaguar; y sabíamos muy bien que era la hora cuando los jaguares son más activos; y dejó de gotear de las hojas y amaneció; un amanecer oscuro y húmedo, y al mismo tiempo una liberación.
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Al ir guardando las cosas para seguir la marcha, descubrimos que el fondo de uno de los bultos había quedado totalmente perforado por hormigas y que el interior, literalmente, se había vuelto un hormiguero.
Sí, sorpresas nada agradables
Por lo demás, el segundo día fue más o menos una re-edición del primero; andar muy arduo; vadeamos siete ríos o, mejor dicho, siete veces el mismo río, el Cacarica; pendientes casi verticales donde las raíces, felizmente, nos hacían de agarraderas y de peldaños; menos mal que los guías emberáes solícita- y providencialmente nos habían provisto de palos de andar.
No se puede juzgar un grupo humano por dos o tres de sus miembros, pero aquellos dos Emberáes habían resultado atentos, mientras que no así estos tres Cunas - por lo menos dos de los tres.