elevándose hasta juntarse en cono bien encima del suelo, con un tronco saliendo recién de la punta del cono; no sabemos cómo llega a hacerse semejante formación pero parecería como si las raíces, al mismo tiempo que van creciendo hacia abajo debajo de tierra como todas las raíces, también crecen hacia arriba y empujan el tronco a cierta altura encima del suelo.
Y empezó a llover.
Qué impresión es enfrentarse con la incertidumbre de lo por venir o, mejor dicho, enfrentarse con la casi certidumbre de una tormenta de violencia tropical en la certidumbre del desamparo del medio de la selva. Se levantó un viento que, en otro lugar, o en otro momento, no hubiese sido extraordinario pero que, en la selva y, peor, a principios de la época de lluvias y vientos, presentaba el mayor peligro de todo el año porque es a principio de la época de lluvias y de vientos que empiezan a caer todas las ramas y todos los árboles que se volvieron leña muerta durante el verano; y hay que ver estos árboles, algunos de los cuales aplastarían un elefante como si fuera un conejo; o estas ramas, cada una de las cuales podría ser, en otras partes, todo un árbol grande por derecho propio. Pero lo inevitable era lo inevitable; seguimos.
Empezó a anochecer. Felizmente, la lluvia y el viento empezaron a amainar. Alcanzamos un alto dominando una quebrada; los guías decidieron pasar la noche en el lugar. Muy felizmente, había dejado de llover por completo, así que se pudo abrir los bultos sin mojar todo. Los guías despejaron un espacio del sotobosque para colgar nuestras dos hamacas de selva de árbol a árbol y para armarse un alero y un piso, de hojas anchas, para ellos. La oscuridad se cerraba con una velocidad amenazadora; todo húmedo, todo oscuro; empezó a tronar y a relampaguear; las cosas más valiosas y vulnerables, o sea las cámaras fotográficas, el grabador y los pasaportes, las pusimos en las hamacas - con sus mosquiteros, en este caso, de importancia sólo relativa (si bien, al día siguiente, los guías nos dijeron que había habido bastante zancudos), y con sus techos impermeables, en este caso, de importancia primordial; lo demás, lo colocamos debajo de las hamacas y lo cubrimos con anchas hojas.
No hubo tiempo ni siquiera de pensar en lavarse en la quebrada o en comer: había empezado a llover nuevamente; urgentemente nos metimos en las hamacas antes de que nos mojáramos, para quedar secos para la noche.
Lluvia en la oscuridad y en la soledad desamparada de la profundidad de la selva no es cualquier lluvia; muy siniestro; y bien pronto descubrimos que las hamacas no eran tan funcionales en la práctica como parecían en la teoría. Pronto, la lluvia simple había quedado sólo un buen recuerdo; ahora, había pura tormenta, con violencia, con relámpagos cegadores, con truenos feroces; Karel trataba de inventar estrategias para limitar las filtraciones dentro de su hamaca, con la bolsa de los aparatos fotográficos en equilibrio sobre el vientre, por si se inundara la hamaca; Božka hacía lo propio en la suya; >>>>>>>>