nosotros les dijimos, entre otras cosas, que la ley, no por ser ley, necesariamente es inteligente, que, al contrario, los que hacen las leyes, muchas veces no son los más idóneos sino los más politiqueros; y nos quisieron dar los certificados por sólo ocho días mientras que, en dos o tres oportunidades previas, se nos había informado que los dan por treinta días; bueno, escucharon unas tantas otras verdades; finalmente, nos los dieron por veinte días.
Naturalmente, eso no fue todo, eso fue solamente en el Ministerio de Hacienda; ahora, con este papel, habrá que ir de vuelta a Migraciones a hacer quién sabe cuántas otras colas para conseguir el sello de salida. Increíble.
Si quieren castigar los turistas por el atrevimiento de haber venido a gastar su dinero a Panamá, pues lo están logrando sin duda. ¿Cómo es que estuvimos en Canadá cinco o seis meses, y cuando salimos, salimos como de nuestra casa, sin que nadie siquiera nos mirara la cara?
→ Otra delicia de la realidad panameña es los jovencitos imberbes que hacen de policías. Ya sabíamos, por experiencia propia, que se divierten cazando extranjeros - otro castigo de los turistas - atrapados, sin culpa propia, en las trampas de las indicaciones viales de Panamá. Pero ahora descubrimos, otra vez en carne propia, otro jueguito.
Karel estaba manejando en una situación perfectamente clara sin posibilidad de interpretación accidentalmente errónea de las cosas, cuando se alzó un brazo imperativo mandándonos hacernos a un costado. "Su licencia de manejar." Y resultó, nos dijo luego ese mocoso, que Karel no había hecho nada mal, que el policía solamente había tenido el antojo de ver la licencia de manejar de un carro como el nuestro. ¿Qué derecho tiene un policía de singularizar una persona entre todas las demás, una persona que está en paz con los reglamentos y las leyes, nada más que para darse un gusto? Atropello arbitrario.
→ Hablando del ambiente callejero, se nos ocurrió que los choferes panameños necesitan un psiquiatra de perros. ¿Cómo así?
Pues, es muy simple. Hay, o hubo, en Los Angeles de Alta California, psiquiatras que se dedican, o se dedicaban, a enderezar mentes perrunas desviadas. Por ejemplo, ¿cómo se puede tolerar que un perro crea, realmente crea, que el cartero o algún repartidor se aleja por la calle porque es él, el perro, por sus ladridos, que lo ahuyentó? Semejante ilusión no se puede tolerar; un perro de mente sana tiene que saber que el cartero o el vendedor ambulante se aleja porque se alejaría de todos modos y no por los ladridos perrunos, tiene que saber que los ladridos no tienen ninguna relación de causa a efecto - y lo mismo necesitan los conductores panameños, que alguien les saque de la cabeza la creencia de que sus permanentes bocinazos sirven para algo.