•qué gracia hay en precipitarse de Alaska a Panamá por la línea la más recta a razón de 400 kilómetros por día sin poder ver otra cosa que el pavimento - un ejercicio en vaciedad de propósito;
•qué gracia hay en cruzar un terreno, por más difícil que sea - como lo es el Tapón del Darién - en un operativo, incluyendo literalmente centenares de hombres, de todas clases de especialidades, desde macheteros hasta ingenieros; incluyendo también reconocimientos aéreos, aprovisionamiento por paracaídas, comunicaciones telefónicas de campaña directamente con Europa para pedir más repuestos - inclusive diferenciales - a los fabricantes de los vehículos; incluyendo evacuación por vía aérea, por enfermedad o agotamiento, a veces 30 casos a la vez; todo ello, aparentemente sin límite financiero;
•y luego, qué gracia hay en precipitarse, otra vez en la línea la más recta, hacia Tierra del Fuego, a velocidades, que la expedición misma menciona con evidente orgullo, de 130 a 150 kilómetros por hora - con infracción a las leyes de tránsito, se presume?
No, gracias, nosotros nos quedamos con lo nuestro; y si cruzar el Darién con vehículo realmente requiere semejante desmesurado despilfarro de energía, aunque alguien nos lo ofreciera, no lo tomaríamos. ¿Para qué tanto esfuerzo vacío?
→ También fuimos a la oficina de Migraciones para averiguar los trámites de salida del país - porque sabemos que hay trámites. ¿Por qué será que, en ciertos países, las cosas son tan simples, y, en otros, tan complicadas? Ya para prorrogar nuestra visa hubo tantas vueltas, pero ahora, para salir, resulta ser casi como un trámite de salida de una cárcel, según descubrimos.
Para empezar, aun los turistas tienen que conseguir, como trámite previo, lo que se llama un "paz y salvo", o sea un certificado del Ministerio de Hacienda que no adeudan ningún impuesto ¡por favor! aun cuando, por ley, como turistas, ni siquiera tienen el derecho de trabajar.
Pero eso, del certificado, el turista no lo sabe de antemano. Así que directamente va a Migraciones, creyendo que allí se arreglará todo en cinco minutos con un sello de goma; pero no; allí, le informan que tiene que correr primero a otra parte de la ciudad, al Ministerio de Hacienda, para el certificado de paz y salvo. Ahí fuimos.
Bueno, para no estirar demasiado el relato de lo que pasó en el Ministerio de Hacienda, bastará con decir que, entre el momento cuando entramos y el momento cuando salimos con los dichosos certificados, pasaron ¿cuánto? cuatro horas - cuatro horas de colas, de espera, de papelerío vacío. Y los turistas, callándose la boca, como corderos, aguantándolo todo; pero de nosotros, los burócratas escucharon algunas verdades; "es la ley, es la ley" nos decían, y >>>>>>>>