También escuchamos ya, desde varios lados, que, en el Darién, la situación es peligrosa por los maleantes colombianos. Quizás son exageraciones, quizás son realidades. Mejor andar precavido. Por lo pronto, nos parece que no nos hubiera pasado absolutamente nada donde estábamos anoche.
Pero ahora, si bien es todavía de noche - apenas si son las 5:40 - hay que echar a andar hacia Ciudad Panamá. Tenemos demasiadas cosas allí que atender - hoy, quizás probar el revelado de fotografías - y nos esperan dos metas intermedias en camino.
El ancho del istmo por carretera es un poco mayor que por el Canal; 76 kilómetros por carretera, algo de 64/67,5 kilómetros, según cómo se mida, por Canal. El mínimo ancho del istmo de océano a océano no se encuentra aquí sino más al este de acá, a la altura del pueblo de Chepo, con solamente unos 50 kilómetros.
Ahá, estamos teniendo la confirmación, la ilustración, la más material y directa de lo ya mencionado en cuanto al océano Pacífico encontrándose, en Panamá, al este del océano Atlántico: está empezando a amanecer y tenemos los primeros albores del día justito ... frente a nosotros - estamos viajando sin duda del Atlántico al Pacífico puramente hacia el este.
Por un desvío de 30 kilómetros, llegamos a nuestra primera meta intermedia del día; estamos en un sitio doblemente histórico.
Por una parte, nuestras pisadas se están cruzando con las pisadas de Cristóbal Colón. Estamos en Portobelo, así nombrado por el propio Colón. Colón llegó aquí en 1502, durante su cuarto y último viaje a América; pero ni siquiera fue él quien descubrió esta costa; esta costa - de lo que, entonces, no se sabía que es un istmo - había sido descubierta en 1501 por Rodrigo de Bastidas, en compañía de Vasco Núñez de Balboa, el futuro descubridor de la otra costa del istmo, sobre el océano Pacífico, cuando el susodicho Rodrigo de Bastidas fundó el poblado que él llamó Nombre de Dios y que todavía existe a unos 30 kilómetros al levante de este Portobelo.
Portobelo
Por otra parte, estamos en el embudo mismo donde se juntaban todas las tremendas riquezas robadas, en el Perú mayormente, y también en otras partes, para ser mandadas periódicamente por convoyes de galeones a España; una de las más fantásticas canalizaciones de riquezas y botín que haya existido jamás.
Como embudo de tantas riquezas robadas para ser mandadas a los cofres de España, es éste realmente un puerto bello, tanto por sus atractivos naturales como por su seguridad natural, al fondo de un largo brazo de mar, protegido contra las tormentas, y bien defendido contra los antojos de los piratas. Todavía se ve las ruinas, tanto del fuerte que protegía los almacenes reales, como de la población anexa; todavía hay muchos de los cañones que, quizás, hoy, nos parecen casi juguetes, pero que, en aquellos días, seguramente eran lo más infernal que se podía conseguir.